Y por supuesto que no tenía problemas de corazón, hasta dos horas después, que mi corazón ni siquiera se sentía parte de mi. Tenía las venas tan hinchadas que podían explotar y hacer de mi cuerpo mil pedacitos de sangre y hueso. Sin embargo, para haceros rabiar, vamos a resolver antes el misterio de Dan. ¿Qué le pasaba a Dan? ¿Por qué estaba triste?
-Esto es una mierda. No puedo creer que haya llegado este día.
-Dan, te ha salido una cana, no es el fin del mundo.
-¿Qué no es el fin del mundo? No, es verdad, es el inicio del final de todo. Hoy es una cana, mañana una arruga y después estaré volado de la cabeza y medio cegato, diciéndole a mis nietos que tengan sexo seguro y que bajen el volumen de la música solo por molestar, porque estaré sordo como una tapia y no me enteraré de nada.
Mis ojos viajaron por el perímetro de mis párpados de muy mala manera. Dan era un quejica y un exagerado. De verdad creí que le pasaba algo importante y solo estaba en una crisis de vejez por haber cumplido dieciocho años. Dieciocho. Y porque le había salido un pelo blanco en la cabeza. No tiene remedio. El tatuador tenía perforadas las mejillas y el pelo pelirrojo y de punta. Dan iba a tatuarse un mapa del mundo en el brazo izquierdo, según él, porque es el lado del corazón. "Para no olvidar que hay mucho mundo por descubrir" me dijo.
-Cuando seas viejo, te reirás del Dan joven. Del Dan que a pesar de que usaba protección, seguía poniendo la música tan alta que acabaría sordo como una tapia.
Tras una corta pero sincera sonrisa y unos segundos de mirar con dolor cómo el tatuador pelirrojo inyectaba su brazo con tinta negra y brillante, Dan pronunció cuatro palabras que hicieron que algo en mi se despertara.
-Hoy hace seis meses -no me hizo falta nada más para saber que hablaba de Ingrid-. Seis meses y a mi ya me ha salido una cana.
-No me puedo creer que hayan pasado seis meses.
-¡Y una cana! ¿Qué va a pasarme cuando hayan pasado treinta años? Maldita perra que me tortura después de muerta. -El tatuador levantó la ceja un centímetro, pero siguió con su trabajo. Ese humor negro tan típico de Dan. Si él mismo escuchara a otro decir esas mismas palabras, esa persona debería ir pensando en comprarse una dentadura nueva. -Nunca me pregunté si le saldrían canas.
-No te martirices.
-Pero es que tenía el pelo tan rojo que me resulta imposible de pensar en que podría no ser así algún día.
Temía que el tatuador se diera por aludido con lo de los pelirrojos, pero su brazo acabó con un bonito mapa del mundo. Salimos a tomar un helado justo después y nos dedicamos a hablar de las chorradas que nunca faltan en una conversación con tu mejor amigo. También le pregunté que si tenía alguna idea sobre lo que Calum tenía entre manos. Me dijo que no. Ha pasado un mes de eso y no he vuelto a salir con Dan. En mi recuerdo perfecto, comemos helado, somos felices y nos despedimos dándonos un abrazo amistoso. La realidad no fue esa. Fue más o menos así:
-Esa era la última cucharada, cerebro de mosquito. Y era mía. -Le dije después de que se comiera el último trozo de helado de mi tarrina. Riéndose y derritiendo la vainilla en su boca, me hizo burla, como si fuera un niño pequeño- Tú -lo señalé a la nariz con el dedo, bromeando- me las vas a pagar.
Me levanté de la silla y salió corriendo sin parar de reírse.
-Jamás me cogerás. -Me provocó.
-No me voy a rebajar a perseguirte, pero la venganza se sirve en frío, señor europeo.
Y así, aunque estábamos de broma, me di cuenta de que siempre tienes que abrazar a tus amigos antes de despedirte de ellos. Nunca sabes con certeza cuándo vas a volver a hacerlo. O si vas a volver a hacerlo. Gracias a la vida, ayer abracé a Dan otra vez, esta vez cociente de que no iba a volver a abrazarlo en un tiempo. También llegaremos a eso.
El jueves por la mañana, estando con mi novio en un taxi que no hacía más que dejar la ciudad detrás y avanzar por una carretera perdida con mucho verde a cada lado, me temblaban las piernas. Calum aguantaba la risa y me acariciaba los dedos prensados entre sus manos como hamburguesas. No sabía dónde íbamos a llegar y temía el simple hecho de preguntar.
-¿Estás bien? -Me preguntó Calum, ya sin poder evitar proyectar su caja de dientes.
-No. -Me sinceré.
-¿No confías en mi, Graham? La última vez que te hice una sorpresa así, te gustó. En moto, en Los Angeles, ¿recuerdas?
-Sí, claro que me acuerdo. Pero no vamos a dar un paseo en moto, ¿verdad?
-No. No vamos a tardar mucho en llegar -apretó aun más mi mano y me miró a los ojos de cerca-. He querido hacer esto desde que tengo conciencia, y te conozco mucho, así que sé que vas a querer hacerlo conmigo- Abrió la mochila que llevaba consigo y sacó un folleto hecho un rulo de ella. Me lo puso sobre la mano-. Cuando lleguemos, nos van a llevar un sitio para explicarnos qué hay que hacer y ponernos la ropa. -Soltó mi mano y se inclinó hacia la ventanilla de su lado. Yo, temerosa, miré el folleto.
"Paracaídas"
-Calum Hood -dije mirándolo-, yo a ti te mato.
el taxi paró en un prado plano y verde alien. Si mirabas el cielo, veías gente cayendo nubes abajo. Si antes estába nerviosa, esto no tenía nombre. ¿Quién me había mandado a hacerle caso a ese medio hombre de metro ochenta y ojos brillantes? Tenía la sensación de que era mi último día de vida. Sin embargo, miraba a Calum y él estaba tan normal. Flipando, pero normal.
-Vamos a volar. -Me dijo.
-Yuhu. Qué ilusión tan grande.
-Se que hay una pequeña Daniela ahí dentro que está deseando subirse a esa avioneta.
-Ven, toca a la pequeña Daniela.
-Este no es el mejor sitio...
Ignoré su comentario y le posé la mano bajo mi clavícula para que notara cómo me iban los latidos del corazón.
-Te va a dar un ataque. -Confirmó- Yo también estoy nervioso, pero me encanta. Tranquila, será coser y cantar.
-Sí, coser y cantar...
Me dio un beso apretado y contento, que volvió a repetir cuando abrieron las puertas de la avioneta. Nos pusieron unos trajes que me recordaban a los de los astronautas y nos dieron una serie de intrucciones, las cuales sabía que se me iban a olvidar en cuanto diera el salto. Aunque no era muy religiosa, recé cuando el vehículo empezó a subir. Calum repetía: "Ay, Dios. Ay, Dios. Ay, Dios". Yo apretaba su mano como no lo había hecho antes. El traqueteo de la puerta al abrirse y la cantidad de aire que entró, me emborronaron la vista aunque llevaba gafas. Calum y el chico que iba con el saltaron primero. No olvidaré la cara que puso, aunque no recuerdo la mía cuando mi compañero dijo "ya".
Grité lo más alto que puede gritar una persona y después, me reí como si estuviera loca. Ahí fue cuando me vinieron los problemas de corazón, la hinchazón, el dolor de oídos y el sentimiento de que se me encogía el cerebro en la caída libre. La tierra era preciosa desde arriba y se acercaba lenta y tímidamente. A pesar de tener la mente ocupada en vivir el momento, escuché los chillidos de euforia de Calum. Lo ví un momento a mi lado cuando abrieron el paracaídas y le sonreí. Poco después, sentí la subida por la apertura del mío. Jamás me había sentido tan viva y tan libre, y eso que me había parecido estar al borde de la muerte minutos antes. Volví a gritar cuando mis pies tocaron el suelo.
Calum rodaba en el suelo, riéndose como un maniático. Nada más mi compañero me desató, me tiré al cesped a reir y llorar a la vez.
-¡Estamos vivos! - Exclamó. Lo besé como si no hubiera nadie y seguimos con nuestro ataque de locura repentina. No oía nada salvo un poto infernal que me duró toda la noche y parte del día siguiente.
No cambio esa mañana por nada del mundo.