Capítulo 4

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Abrió los ojos para encontrarse en medio de un patio. Sus brazos se aferraban con fuerza al cuello de Voldemort. Se separó del hombre como impelido por un resorte. Pero los brazos que rodeaban su cintura permanecieron firmes en su lugar, sin aflojar ni un ápice, hasta que, por fin, lo soltaron reluctantes.

Harry se dio la vuelta observando los muros que lo rodeaban. Altos, poderosos, inalcanzables en su magnitud. La desesperación que reflejo su mirada se clavo en el corazón del otro hombre. Las pequeñas manos del joven fueron a su cuello, donde reposaba el collar, que parecía pesar más que nunca. Sentía como si le faltase el aire y se tuvo que apoyar en la pared mas cercana.

-Deja que te enseñe tus nuevos dominios.- Tendió una mano esperando que el joven la cogiese. Pero espero en vano, hasta que por fin la retiro.- Sígueme. Te gustara.

Inestable, tembloroso, Harry siguió a Voldemort. Por primera vez fue consciente de algo más que los muros que lo aprisionaban.

Vio un gran patio de suelos de mármol y columnas del mismo material que soportaban unos arcos de delicada hermosura. El centro del patio estaba ocupado por una gigantesca alberca, flanqueada a ambos lados por setos de arrayán. En los extremos del patio había sendas fuentes, más bien pequeñas, en las que el agua cantaba alegremente. Tras las fuentes y bajo los arcos se observaban dos galerías que daban acceso a distintas habitaciones.

La galería meridional soportaba dos pisos sobre ella, tras la otra se podía ver una torre.

Voldemort le fue enseñando una tras otra las estancias de aquel suntuoso palacio. Todo tan distinto de Hogwarts y a la vez tan mágico como podía resultar el castillo.

Llegaron a un precioso patio en el que Voldemort se detuvo. Si no hubiese sido por su situación, Harry se habría deleitado en la contemplación del magnifico lugar.

Al igual que el primer patio, este también era de mármol blanco, con columnas en todo su perímetro. Si era posible, estas, al igual que los arcos que sustentaban, eran más delicadas que las primeras. El labrado de los arcos era primoroso y simulaba encajes de increíbles formas.

En el centro había una fuente del mismo mármol, con antiguos caracteres ya olvidados. La fuente se apoyaba sobre doce hipogrifos, y estaba rodeada por macizos de flores. En las galerías se veían puertas que daban acceso a diferentes habitaciones.

-Éstas serán tus habitaciones.- La voz de Voldemort sobresalto al niño.- Nadie tiene permiso para entrar en ellas, excepto tus elfos domésticos.

-¿Mis habitaciones? ¿Tú tampoco entraras?.- Retando al hombre.

La risa del Oscuro Señor no era tan maligna como Harry recordaba. Eso también había cambiado.

No podía permitirse olvidar.

-¡Mi querido niño! Yo puedo entrar donde quiera. Pero despreocúpate, no haré nada que tú no quieras. Nada... excepto vigilar por tu bienestar.

-¡Ah claro! ¡Mi bienestar!. Y ¿Para eso es el collar? ¿Para vigilar mi bienestar?

Voldemort suspiro. Estaba cansado, y solo deseaba relajarse y poder seguir enseñando a su joven acompañante las maravillas de su nuevo hogar.

-Ven, continuemos. Aun no has visto todas tus habitaciones.

Llegaron a otras estancias que se encontraban rodeando un jardín interior. Con fragantes árboles y flores que Harry no había visto en su vida. Y allí, en el jardín, se encontraba Hedwig. Su lechuza. La blanca criatura entro por la ventana y se poso en el hombro del muchacho, dándole suaves picotazos en la oreja.

Lo que yace en la oscuridad [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora