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Señorita Lucía S.

Pido sinceras disculpas por el atrevimiento, pero era necesario escribir estas palabras y quitármelas de la cabeza.

Supe de usted hace seis meses, cuando alguien me contacto para que me encargue de su hermano Eduardo S.

Eduardo es un joven imprudente, se metió con quien no debía. Pero es su hermano, usted debe conocerlo muy bien.

Lamentablemente para usted, Eduardo tiene buenos contactos y es, casi, intocable, es por eso que usted será la triste mensajera, usted será la advertencia. 

Lamento ser portador de tan tristes noticias...

Saludos.

El verdugo.

Las manos me temblaban, revise el sobre pero no había sello postal ¿Cómo había llegado hasta el buzón de correo? Corrí hacia la cocina, donde mamá, papá y mis hermanos hablaban sobre algo.

— ¡Vos!— grite tirando la carta sobre la mesa— ¿Qué hiciste ahora?

Mi padre completamente sorprendido por mi reacción se colocó los lentes y tomo el papel. Mi hermano parecía consternado sin entender que me pasaba, es un hipócrita Eduardo es la peor calaña de ser humano que se puedan imaginar y como ¡Yapa! Es mi hermano mayor. Mamá se levantó de su asiento y sostuvo mis hombros, como si temiera que fuera a saltar a matarlo y de no ser porque me triplica en tamaño lo habría hecho con gusto.

— ¿Qué es esto?— papá me miro por encima de los anteojos, lo sentía. Pero mis ojos seguían clavados como dagas en el rostro de mi hermano.

Ante una falta de respuesta mi padre golpeó la mesa haciendo que todos le prestemos atención y le entregó la carta a mi hermano.

— No, no sé de qué habla...— tomo la carta haciéndose el desentendido.

Sí, como notaran la relación con mi hermano mayor no es la mejor. De hecho ni yo, ni mi hermano Adriano, el del medio, nos llevamos bien con él. Es conflictivo, desagradecido y vago. Le gusta la plata fácil y no importa cuales sean las consecuencias mientras él tenga el dinero en el bolsillo sin tener que trabajar.

— Vamos a la comisaria— mi padre se puso de pie y en su tono de voz no había lugar para las discusiones.

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— No podemos hacer nada señor Santillán— respondió el comisario, acomodando su enorme barriga entre la mesa y la silla.

— Pero es una clara amenaza— reprocho mi padre indignado.

— Lo sé y yo también estaría preocupado si mi hija...— el viejo tuvo el descaro de observarme de pies a cabeza con una sonrisa lasciva en sus labios— recibiera algo como esto, pero no hay nada de información que extraer de aquí— levanto la carta con dos dedos— Seguramente es una broma de mal gusto.

Cartas de mi verdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora