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Había pasado una semana completa, cuando salimos de la clase de Biología me moría de ganas de correr a besar a Eric delante de todos, pero estaba claro que eso no era posible. Eric había presentado la renuncia a la universidad que se haría efectiva cuando terminara el año lectivo.

No, tranquilos, no lo había hecho por mí. No sé qué clase de relación teníamos o si, de hecho, teníamos alguna. Siempre me gusto tener el control y ser yo quien decidiera como avanzaban o no las relaciones con los chicos. Pero Eric no era un chico, era un hombre, uno que además tenía su vida hecha y yo me sentía afortunada de que decidiera, de alguna manera, sumarme a ella. La realidad es que le habían dado un ascenso en su trabajo principal, en el laboratorio, y este además de un sustancioso aumento de salario, traía consigo un aumento de responsabilidades y horarios que no lo harían compatible con las clases en la universidad.

Odiaba tener que mentir a mis amigos, después de lo de las cartas les había prometido no ocultarles nada, pero a mi favor esta era una linda noticia. Me gustaba pasar tiempo con Eric, era el hombre más inteligente que conocía, teníamos intereses comunes y estaba conociendo un lado divertido suyo que no me imaginaba tendría y para qué contarles de lo mucho que me estaba enseñando en el plano sexual, había aprendido a cederle el control, confiando en que el sabría las mil y un formas de satisfacerme ¡Y Vaya! Que sabía hacerlo.

Esa noche habíamos quedado en encontrarnos en su casa, llegue cerca de las nueve y era la primera vez que lo visitaba, estaba un poco nerviosa. Él vivía en la zona cara, específicamente dentro de un barrio cerrado, uno de los más caros de la zona. Me anuncie en seguridad y como ya había autorizado mi ingreso no demoraron nada en dejarme pasar. Me guíe por las indicaciones de los guardias y finalmente me ubique cuando vi su auto estacionado en la puerta. Estacione y me detuve un segundo a mirar todo ¿Realmente vivía solo? La casa parecía enorme, tal vez demasiado para una sola persona. Era una casa de estilo moderno, como muchas del barrio, por lo que veía. Había demasiados ventanales, tantos que hasta sentía que se perdía la intimidad. Desde donde estaba alcanzaba a distinguir algunas habitaciones de la casa, pero supuse que Eric tendría alguna forma de bloquearlas, puesto que no me lo imaginaba como un exhibicionista. La casa era bonita. Lujosa y bonita. Atravesé el camino que estaba bien delimitado por un empedrado y terminaba en una hermosa entrada con cuatro escalones, en la que había unos bonitos y modernos faroles.

Justo cuando estaba por golpear, la puerta se abrió y Eric estaba al otro lado. No espero ni medio segundo antes de abrazar mi cintura y sellar nuestros labios. Me colgué de su cuello y sonreí con nuestros labios aun unidos. Era como si no pudiéramos perder un solo segundo, si podíamos besarnos, tocarnos y acariciarnos sin que nadie nos viera, queríamos hacerlo constantemente.

— Hola— susurre cuando nos separamos.

— Pasa— comento tomando mi mano— Estás preciosa— susurro tirando de mi mano y volviéndome a enredar en sus brazos para volver a besarme.

Cartas de mi verdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora