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La semana había comenzado aburrida en una muy lenta clase de Transducción de señales y Cáncer, realmente no sabía a quién se le ocurría colocar semejante materia un lunes a las ocho de la mañana. No era aburrida, es solo que exigía prestar demasiada atención para mi cerebro que aún no se recuperaba del fin de semana.

Terminada la clase, salimos al pasillo hablando de lo bien que la habíamos pasado en nuestra salida, cuando un niño pequeño, de unos siete años, choca conmigo.

— Lo siento— le dije al chico — ¿Estás perdido?— No es normal encontrar niños en la universidad, a no ser que este fuera hijo de algún profesor.

— En realidad no, pero estoy buscando a Lucia Santillán.

— Yo soy Lucia— sonreí y me agache hasta la altura del chico.

Al saber que era yo quien buscaba, el niño sonrió y sacó de su bolsillo un sobre, me lo entregó y salió caminando como si nada del pabellón II de las aulas.

Miré el sobre y lo reconocí, lo guardé en el bolsillo de mi pantalón e ignorando las llamadas de mis amigos corrí siguiendo al niño. Lo llamé y cuando este estaba a unos metros, se detuvo.

— ¿Quién te la dio?— pregunte agitada por la corrida.

El niño sonrió — El chico de los diarios...— señalo la salida— fue él quien me pidió que te la diera.

Sin decir más el niño se dio vuelta y siguió por donde había venido. Comencé a caminar hacia la salida, sabía que era una locura pero necesitaba saber qué diablos era todo esto.

— Lu— Manu me llamo desde algún lugar, pero decidí ignorarlo y corrí hacia la salida.

Llegue casi sin aliento al puesto de diarios.

— ¿Estas bien?— pregunto el chico que allí trabajaba.

— ¿Vos le diste esto al chico?— saque la carta de mi bolsillo.

— Si... un tipo me pago para que te la hiciera llegar. El nene es mi hermano.

— ¿Quién era?...

— ¿Estas bien?— pregunto notando mi nervios

— No, por eso necesito que me digas quien te la dio.

— No lo sé, no lo conocía. No lo había visto antes.

— ¡Mierda!— exclame nerviosa.

— Lu ¿Estas bien?— Manu estaba a mis espaldas.

Suspire para disimular — Si— sonreí — Dame un segundo...— Volví mi mirada al chico del puesto de diarios, lo observe de pies a cabeza y note que traía una lapicera en su oreja — Lo que aceptaste, por algo de dinero, a mí me está haciendo mal— el chico me observo sorprendido, levante su mano y en ella escribí mi número de teléfono— Si lo recuerdas, vuelves a verlo o vuelve a pedirte algo relacionado a mí, por favor— clave mi mirada en la suya— ayúdame.

El chico observo lo que había escrito en su mano y asintió en silencio. Gesticulé unas gracias silencioso y me gire para encontrarme con mi amigo.

— Lucia— el chico me grito por lo que ambos nos dimos vuelta— ¡Lo siento!

No respondí nada, sonreí, asentí y seguí caminando del brazo de Manu.

Trate de disimilar lo que pasaba, no podía contarle a Manu lo que realmente había sucedido. Por lo que invente que el chico me parecía guapo y que por eso le había dado mi número. Aunque sé que Manu no había creído una sola palabra, esa no era mi forma de acercarme a un chico y él lo sabía.

El resto de las clases fueron una tortura, mantenía la carta doblada y guardada en el bolsillo trasero de mi pantalón y quemaba como si fueran brazas, necesitaba leerla pero no encontraba un momento de soledad, ya que hasta al baño iban conmigo mis amigas.

En cuanto la última clase llego a su fin invente una excusa para no ir por el café que siempre bebíamos antes de irnos cada uno a su casa, monte mi auto y sin dilación abrí, con manos torpes, el sobre que contenía la carta:

Lucia S.

Espero que no te importe que comience a tratarte con más confianza. Siento que esto de la formalidad no funciona para nosotros ¿No te parece?

A veces siento que mis preguntas quedan en el aire, me gustaría que existiera una forma en la cuál podamos comunicarnos, solo déjame pensarlo un poco ya se me ocurrirá una idea.

Sabía que eras una chica inteligente, que entendería el mensaje en la carta anterior y me alegra saber que no le has contado a nadie sobre nuestro pequeño secreto.

Hay días en los que me siento un loco. Sentado frente a mi escritorio, con esta antigua máquina de escribir y un café humeante, pensando en ti y nada más que en ti. Es algo que nunca me había pasado, jamás escribí una carta a un condenado, tampoco anuncie mis planes. Siempre fui un hombre directo, me pagan, hago lo que debo y desaparezco. Nunca me había costado tanto llevar adelante mi trabajo. Eres una mujer fascinante y, lo mejor es que, no eres consciente de ello.

El viernes estabas preciosa, demasiado. Por momentos sentía la imperiosa necesidad de raptarte y alejarte de todos, que los únicos ojos que pudiera disfrutar de tu belleza fueran los míos. Luego entendí lo loco que eso sonaba, si ponemos sobre la mesa la situación actual: soy el verdugo y tú la condenada.

Te felicito por el 100 en tu examen, si hay algo que guste más que una mujer guapa es que esta, además, sea tan inteligente como tú.

Hasta la próxima.

El Verdugo.

Levante la mirada y por el espejo retrovisor vi a Manu y a Indira acercarse a mi vehículo, con manos torpes escondí la carta y respire para calmar mis nervios.

— Hola— Baje el vidrio con una enorme sonrisa, cuando los vi parados junto a mi vehículo.

— Creímos que te ibas temprano...— comento Indira con rostro serio.

— Si, pero mi hermano acaba de cancelar los planes— levante los hombros— justo acabo de cortar la llamada con él.

— Lastima— mi amiga hace pucheros, todos sabemos que esta coladisima por Adriano, es algo que no esconde para nada— Lu, entro ropa nueva y te necesito, a Nadia también...

Indira tenía una tienda de ropa online, le iba muy bien y le encantaba usarnos como modelos para, ya que estaba, despuntar su amor por la fotografía.

— Si, escríbeme para decirme cuando— encendí el vehículo, necesitaba salir de allí.

— Nos vemos— los dos me saludaron.

Mientras daba marcha atrás podía notar la mirada inquisidora de Manu, él sabía que algo no andaba bien, creo que resulte ser más transparente de lo que pensaba.

Llegue a casa y me sorprendí al encontrar a mi hermano mayor sentado en el comedor, con las luces apagadas, la escena era la de una película de terror.

— ¡Me asustaste!— grite con fastidio colocando una mano en el pecho y encendiendo la luz.

Mi hermano cerró un poco los ojos y cuando lo miré no podía creer lo que tenía delante de mí. En efecto, era mi hermano pero su rostro estaba completamente desfigurado.

***

Mar-Tinez



Cartas de mi verdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora