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El lunes siguiente nos sorprendió a todos que el profesor Bain no se hubiera presentado, en su lugar envió a Pablo Cusano un estudiante de último año que, además, era su ayudante de catedra.

Bain jamás faltaba a sus clases, a no ser que estuviera de viaje y entonces dejaba a alguien de su entera confianza, pero que definitivamente no era un estudiante. Fue el cuchicheo del aula completa, todos los alumnos sabíamos que algo debería de haberle pasado pero ninguno teníamos contacto con el fuera del aula, ni siquiera aquellas alumnas que coqueteaban constantemente con él sabían cómo contactarlo, lo que nos hacía sentir culpables al haber supuesto que Bain era un mujeriego empedernido.

La clase de biología, sin Bain, era insoportable. No es porque fuera mi profesor favorito, pero él hacía que las clases fueran divertidas. Explicaba todo con tanta pasión que te terminaba contagiando. Ese día Cusano estaba fastidioso, al parecer él tampoco tenía ganas de estar allí y se le notaba cada vez que alguien hacia alguna pregunta.

Más tarde llegue al club Dogo, a la clase de Santiago, estaba feliz. Había estado pensando muchas cosas, mientras escuchaba un viejo tema de Soda Estéreo en el auto. Hacía dos semanas que no tenía noticias de El Verdugo, el mismo tiempo que no sabía nada de Manuel, cada día me relajaba un poco más y me amigaba con la idea de pensar que Manual estaba tan enfermo de la cabeza como para hacerme eso.

Esa tarde había mucha gente en el gimnasio. Me costaba creerlo pero había comenzado a hacer conocidos allí, algunos me reconocían y ya me saludaban por mi nombre e incluso algunas de las chicas me habían invitado a tomar algo alguna tarde al salir del gimnasio. Era un ambiente nuevo, aun no me sentía del todo cómoda en él, pero debo admitir que poco a poco comenzaba a notar las mejorías. Siempre me sentí segura con mi cuerpo y siempre fui delegada, por lo que nunca pensé que necesitara internarme en un gimnasio cuando podía pasar ese tiempo estudiando, pero debo admitir que comenzaba a notar por qué las mujeres lo disfrutaban, no estaba más delgada, de hecho hasta había ganado un poco de peso y eso me sentaba bastante bien. Lo sé, sueno egocéntrica, pero me amaba y creo que eso es algo positivo.

Cuando llegue al mostrador me sorprendió no encontrar a Santi conversando con los chicos.

— Hola— salude a Diego y Ramiro que tomaban mate mientras hablaban de algo tan apasionante que ni siquiera notaron que llevaba parada allí unos minutos.

— Luli— Exclamo Rami que así me había apodado con el paso de las semanas — Santi está adentro...— señalo con su dedo.

Asentí y pase al sector del fondo. Los lunes era el único día que Santi y yo teníamos clases solos. Los otros dos días compartía mi clase con Fanny, una chica que sufría de ataques de ansiedad y yo era la primera persona con la que se animaba a compartir clase.

Mire a mi alrededor, el lugar estaba vacío. Solo escuche el golpeteo de una bolsa de boxeo. Asique me acerque al sector suponiendo que sería Santi. No me equivoque, ahí estaba el chico súper concentrado en los golpes que daba al saco. Alternaba los puños con las patadas y finalmente se detuvo cuando una notificación de mi celular lo distrajo.

Cartas de mi verdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora