Dicen que el simple aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo. Una frase bonita para la pared de un café, algo que un gurú moderno usaría para venderte su curso sobre cómo cambiar tu vida en diez días. Pero yo sé que no es solo una frase. No, para mí, es un recordatorio constante, una advertencia que resuena cada vez que cierro los ojos y decido... regresar.
Me levanto de la silla de mi cocina, esa silla que he arrastrado conmigo a través de tres mudanzas y seis años de arrepentimientos. Las piernas me tiemblan, como si supieran lo que voy a hacer antes de que mi mente lo acepte. Camino hasta la ventana, la misma que he mirado mil veces, como si fuera la última vez. Mi reflejo en el vidrio está borroso, difuso, un eco de alguien que ya no reconozco del todo.
Respiro hondo, como si pudiera llenarme de valor, pero el aire entra frío y cortante. No me reconforta; solo duele. Mis dedos, helados y pálidos, tocan el marco de la ventana. A través del cristal, las luces de la ciudad titilan, indiferentes a la pequeña tragedia que estoy a punto de desencadenar. Siempre es así. Siempre regreso al mismo punto, como si el pasado fuera una adicción de la que no puedo escapar.
—¿De verdad crees que puedes cambiar algo? —murmuro. La pregunta no espera respuesta. Es el eco de todas las veces que me he engañado pensando que sí.
Pero lo hago, cierro los ojos y dejo que todo se despliegue ante mí. La habitación desaparece, y el vértigo me envuelve. Caigo, no físicamente, pero el estómago se revuelve como si estuviera en una montaña rusa que baja a toda velocidad. Y entonces estoy allí, en ese momento, el que quiero borrar, el que siempre regreso a cambiar.
El aroma de café recién hecho y el sonido de los cubiertos sobre la mesa son familiares, demasiado familiares. Es mi apartamento de hace tres años. Él está allí, en la cocina, moviéndose como un fantasma que no sabe que su tiempo ya pasó. Su sonrisa, la que me hacía sentir que todo estaba bien, me quema ahora. Se vuelve hacia mí, con esa expresión de alguien que no tiene ni idea de lo que viene. Mis labios intentan formar palabras, pero solo logro un nudo en la garganta. Su risa me golpea como una bofetada.
—¿Otra vez con esa cara? —Su tono es ligero, despreocupado, como si el mundo fuera un lugar seguro.
Mis manos se cierran en puños, las uñas se clavan en mi piel, buscando anclarme a algo real. Quiero gritarle que no, que nada está bien, que todo lo que dice no es más que una mentira que me conté para sentirme segura. Pero las palabras no salen. En cambio, río, un sonido tenso que se siente como vidrio roto en mi garganta. Es una risa vacía, hueca.
Él levanta una ceja, confuso. Baja la taza de café, con el ceño fruncido. No entiende por qué estoy aquí, por qué esta escena se repite una y otra vez. Yo tampoco. Pero la necesidad de cambiarlo, de arreglarlo, es más fuerte que la lógica, más fuerte que el miedo de lo que podría pasar si lo hago.
—Solo estoy cansada, eso es todo —respondo, mi voz es tan plana que casi me convence. Él no sabe, no puede saber, que lo que realmente quiero es detener todo esto. Evitar el desastre que sé que viene. Pero entonces, ¿y si cambiar esto desata algo peor? ¿Si en mi esfuerzo por salvarlo, pierdo algo más importante?
Él da un paso hacia mí, extendiendo una mano. Un gesto que, en otro tiempo, me habría hecho sentir segura. Pero ahora, lo único que hace es recordarme lo que está en juego. Mis pies retroceden, como si ese simple contacto fuera a hacerme caer al abismo.
—Deberías descansar más —sugiere, con tranquilidad pero veo la tensión en sus ojos. Sabe que algo está mal, aunque no pueda nombrarlo.
Asiento, porque no hay nada más que decir. No en esta versión de los hechos. No esta vez. Mi piel se eriza, y un escalofrío recorre mi espalda, como si el futuro estuviera intentando advertirme que pare, que deje todo como está. Pero no puedo. Nunca puedo.
—Sí, tal vez tienes razón —le contesto, dando un paso atrás hacia la puerta.
Él me observa, esa mirada que una vez fue todo para mí ahora se siente como una carga. Una jaula. No me sigue. No dice nada más. Tal vez, en alguna parte de su ser, sabe que este momento es frágil, que cualquier movimiento podría romperlo todo. Y tiene razón.
Cierro la puerta detrás de mí y el ruido de la cerradura me resuena en los oídos. Mis piernas se sienten pesadas, como si cada paso fuera una lucha contra el destino que he elegido. Vuelvo a caer en ese abismo, en el limbo entre lo que fue y lo que podría ser, con el sabor amargo de la derrota en la boca.
Abro los ojos. Estoy de vuelta en mi cocina, en mi tiempo, en mi presente. El silencio es opresivo, un eco de lo que no pude cambiar. El reloj en la pared sigue avanzando, indiferente a mi tormenta interna. Me desplomo en la silla, esa que siempre ha estado allí, y mis manos tiemblan cuando cubro mi rostro. No hay lágrimas. No quedan.
—Nunca cambiarás nada —me susurro, aunque una parte de mí aún se aferra a la esperanza. Porque, ¿qué soy sin esa esperanza?
El aleteo de una mariposa, ese insignificante gesto, puede desatar un caos inmenso. Pero yo no soy una mariposa, y el caos que he creado no tiene un final claro, solo infinitas posibilidades de destrucción. Y sin embargo, sé que lo intentaré de nuevo. Siempre lo hago. Porque la ilusión de poder cambiar lo que duele, lo que pesa, es una trampa a la que vuelvo una y otra vez, como un insecto que no puede evitar la luz, incluso sabiendo que se quemará en ella.
Quizás la próxima vez sea diferente. O quizás no. Pero una cosa es segura: lo que sea que yo mueva en mi pasado, lo que intente cambiar, vendrá con un precio. Y no estoy segura de que siga siendo yo quien pague ese precio.
Gracias por adentrarte en este nuevo misterio.
Cada página está escrita con la esperanza de sorprenderte y mantenerte al borde de tu asiento. Tu apoyo y curiosidad son lo que impulsa esta historia.
¡Espero que disfrutes cada giro inesperado!
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EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]
Mystery / ThrillerEl simple aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo. No intentes cambiar tu pasado, puede que de haber sido distinto, todo hubiera sido peor. En 'Efecto Mariposa', te invito a sumergirte en la historia de Ma...