16. El nuevo presente

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El despertar no es como esperaba. No hay una sensación de alivio, ni de victoria. Es como si mis sentidos estuvieran entumecidos, como si la realidad misma se resistiera a tomar forma a mi alrededor. Parpadeo, tratando de enfocar la vista, pero todo parece borroso, como si aún estuviera atrapada entre dos mundos, sin pertenecer del todo a ninguno.

El primer sonido que registro es un susurro suave, un murmullo distante que me resulta extrañamente familiar. Me esfuerzo por abrir los ojos completamente, y la luz que me rodea es suave, cálida, pero no reconfortante. Mi mente se siente pesada, como si un manto de niebla cubriera cada pensamiento, cada recuerdo. Intento moverme, pero mi cuerpo responde con una lentitud que me llena de inquietud.

Miro a mi alrededor, y lo primero que noto es que no estoy en la casa donde esperaba estar. Las paredes son de un color neutro, y el mobiliario es elegante, moderno, pero no hay nada que me resulte familiar. El aire está impregnado de un perfume que no reconozco, y cada objeto que veo parece sacado de la vida de otra persona, alguien que no soy yo.

Me esfuerzo por sentarme, cada movimiento es un esfuerzo, y mientras lo hago, noto algo que hace que mi corazón se detenga por un momento: Mark. Está sentado en un sillón cerca de la ventana, con la luz del sol iluminando su rostro. Su expresión es tranquila, casi serena, como si no hubiera una sola preocupación en su mente. Parece perdido en sus pensamientos, su mirada está fija en algo más allá de la ventana, pero no puedo ver qué es.

Por un momento, siento una oleada de alivio, una sensación cálida que me invade al verlo allí, vivo, respirando. Pero esa sensación es rápidamente reemplazada por algo más frío, más inquietante. Porque aunque Mark está aquí, aunque está vivo, todo lo demás en este lugar grita que algo no está bien, que este no es el presente que debería estar viviendo.

—Mark... —mi voz es débil, apenas un susurro que lucha por salir de mi garganta.

Él se gira al escucharme, y su rostro se ilumina con una sonrisa. Una sonrisa que debería ser un bálsamo para mi alma, pero que en cambio me llena de un desconcierto que no puedo comprender del todo. Se levanta del sillón con elegancia, sus movimientos son fluidos, y camina hacia mí con una facilidad que me resulta extraña.

—Maine, al fin estás despierta —su tono es suave, lleno de calidez, y se inclina para tomar mi mano entre las suyas.

El contacto de su piel contra la mía debería ser reconfortante, pero lo único que siento es una desconexión, una distancia que no puedo explicar. Es como si estuviera tocando a un extraño, a alguien que se parece a Mark, que suena como Mark, pero que no es del todo él.

Intento sonreírle, pero mis labios apenas se curvan. Mis ojos buscan los suyos, intentando encontrar ese vínculo que siempre compartimos, esa conexión que nos unía incluso en los momentos más oscuros. Pero lo que veo en su mirada es diferente. Hay amor, sí, pero también algo más, algo que no reconozco, una falta de familiaridad que me asusta.

—¿Dónde estamos? —pregunto, tratando de mantener mi voz firme, pero el temblor en mis palabras es innegable.

Mark frunce ligeramente el ceño, como si mi pregunta no tuviera sentido, como si la respuesta fuera obvia. Se sienta en el borde de la cama, sus manos no sueltan las mías, pero su toque no me proporciona el consuelo que debería.

—Estamos en casa, Maine. En nuestra casa —su tono es paciente, como si estuviera explicando algo a un niño—. ¿No lo recuerdas?

Mi mente se queda en blanco, y el terror comienza a deslizarse por mi columna vertebral. No, no lo recuerdo. No reconozco nada de este lugar. Cada rincón, cada detalle, todo me resulta completamente ajeno. Trato de recordar, trato de encontrar en mi mente algún indicio, alguna pista de cómo llegué aquí, pero todo es un vacío.

EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora