17. La ilusión rota

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Los días pasan con una lentitud exasperante. Cada mañana, cuando abro los ojos, siento el peso de la incertidumbre, una sombra que se cierne sobre todo lo que hago, todo lo que intento reconstruir. Estoy en esta nueva vida, con Mark a mi lado, pero la sensación de desconexión persiste, se agrava con cada momento que pasa. La ilusión de haberlo salvado, de haber cambiado nuestro destino, se desmorona lentamente, como un castillo de naipes que cae con el más mínimo soplo de aire.

Desde fuera, podría parecer que todo está bien. Mark y yo compartimos las rutinas diarias, los pequeños rituales que antes nos unían: el desayuno juntos, las caminatas por el parque, las conversaciones a media luz antes de dormir. Pero algo es diferente, algo que no puedo ignorar. Cada gesto, cada palabra, cada mirada que intercambiamos está teñida por una distancia que no logro superar.

Estoy constantemente vigilante, buscando en él señales de lo que alguna vez fuimos, de esa chispa que solía encenderse entre nosotros sin esfuerzo. Pero todo parece apagado, como si la persona que conozco estuviera atrapada detrás de una máscara, una fachada de normalidad que no refleja la verdad. Lo observo mientras él se mueve por la casa, mientras se sienta a leer, o prepara el café por la mañana, y no puedo evitar la sensación de que estoy viendo a un extraño, alguien que se parece a Mark, pero que no lo es completamente.

Mark me observa con preocupación a menudo, lo noto en la forma en que su mirada se detiene en mí cuando cree que no lo veo. Es una preocupación silenciosa, casi tímida, como si temiera que cualquier palabra mal dicha pudiera romper lo poco que hemos conseguido mantener juntos. Pero en ese cuidado, en esa precaución, también hay una distancia, una barrera que no existía antes. Y es esa barrera la que me está destrozando por dentro.

Una noche, después de una cena en silencio, decido hablar con él. La tensión entre nosotros ha llegado a un punto en que no puedo ignorarla más. La incomodidad se siente como un peso tangible en el aire, algo que nos rodea y nos oprime. Lo encuentro en la sala, con una copa de vino en la mano, mirando por la ventana hacia la oscuridad del exterior.

Me acerco despacio, cada paso es un esfuerzo para mí, como si algo invisible intentara detenerme, como si el miedo a lo que pueda descubrir me anclara al suelo. Pero no puedo seguir así. No puedo seguir fingiendo que todo está bien cuando claramente no lo está.

—Mark —llamo su atención, mi voz es suave, pero firme, y él se vuelve hacia mí con una expresión que mezcla sorpresa y cansancio.

—Maine... —responde, dejando la copa sobre la mesa y acercándose a mí. Sus movimientos son cautelosos, como si temiera que me alejase en cualquier momento.

Lo miro, y por un instante, veo en sus ojos el reflejo de lo que éramos, de lo que alguna vez compartimos. Pero es solo un destello, algo que desaparece tan rápido como aparece, dejando en su lugar una sombra de lo que podría haber sido. Siento cómo la tristeza se enrosca en mi pecho, apretando con fuerza, y sé que no puedo evitarlo más.

—Necesitamos hablar —digo, y aunque intento mantener mi tono neutral, la tensión en mis palabras es evidente.

Mark asiente, pero no responde de inmediato. Me toma de la mano, un gesto que solía ser tan natural entre nosotros, pero que ahora se siente forzado, como si estuviera actuando un papel que no le pertenece. Nos sentamos en el sofá, uno frente al otro, y el silencio entre nosotros se hace pesado, cargado de palabras no dichas.

Respiro hondo, tratando de ordenar mis pensamientos, de encontrar la manera de expresar lo que siento sin destruir lo poco que queda de nuestra relación. Pero cuando finalmente hablo, las palabras salen con una mezcla de desesperación y dolor que no puedo contener.

—Siento que... que ya no somos los mismos. Que algo se ha perdido entre nosotros —confieso, mi voz tiembla ligeramente, pero no aparto la mirada de la suya.

EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora