01. El día de la boda

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El sonido de los violines llena la iglesia, cada nota fluye como un río de emociones que me arrastra. El murmullo de los invitados se apaga cuando las puertas se abren y camino hacia el altar. El vestido de encaje blanco se desliza suavemente a mi alrededor, acariciando el suelo como un susurro. Cada paso que doy hacia mi futuro esposo es una promesa, una afirmación de que este es el comienzo de todo lo que hemos soñado.

Mark está allí, al final del pasillo, esperándome con una sonrisa que ilumina su rostro. Su traje negro está perfectamente ajustado, pero es su expresión lo que me hace sentir que todo está bien, que estamos destinados a esto. Sus ojos se encuentran con los míos y, por un momento, el mundo exterior se desvanece. No hay nadie más en la iglesia, solo él y yo, conectados por algo que va más allá de las palabras.

El sacerdote comienza a hablar, sus palabras formales resuenan en las paredes altas de la iglesia. Pero mi atención está fija en Mark, en cómo sus dedos juegan nerviosamente con el borde de su saco, en la forma en que sus labios se curvan levemente cuando los míos lo imitan. Me aferro a su mano con fuerza, como si pudiera detener el tiempo, como si este momento pudiera durar para siempre.

—Te amaré en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida —habla Mark con voz firme, pero hay un brillo en sus ojos, como si estuviera conteniendo las lágrimas. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, y cuando es mi turno de hablar, las palabras fluyen de mis labios sin esfuerzo, como si estuvieran grabadas en mi alma.

—Te amaré hasta el final de mis días —prometo, y mis manos tiemblan ligeramente cuando le coloco el anillo en su dedo. Su piel es cálida bajo mi toque, y la conexión entre nosotros se siente tangible, como un hilo invisible que nos une.

El beso que compartimos es suave, lleno de una ternura que me hace sentir que no hay nada en este mundo que pueda separarnos. Cuando nos separamos, el sonido de los aplausos estalla a nuestro alrededor, pero todo lo que puedo escuchar es el latido de mi propio corazón, sincronizado con el suyo. Nos miramos por un largo momento, sonriendo como si fuéramos los únicos dos seres en el planeta.

La recepción es un torbellino de felicidad, una mezcla de risas, abrazos y brindis. Las luces de las velas parpadean sobre las mesas decoradas con rosas blancas, mientras los invitados levantan sus copas en nuestro honor.

—Nunca he sido tan feliz —mi ahora esposo se inclina hacia mí, sus labios rozan mi oído mientras susurra.

—Yo tampoco —respondo, girando para mirar sus ojos. Veo la chispa en su mirada, esa misma chispa que me atrapó cuando lo conocí hace tantos años. Me pierdo en él, en su cercanía, en el calor de su mano en la mía.

Bailamos por primera vez como marido y mujer, con la música suave envolviendo cada movimiento. La forma en que me sostiene es firme pero delicada, como si temiera que pudiera romperme. Pero yo me siento fuerte en sus brazos, completa. La sala se desvanece en el fondo, y todo lo que existe es el ritmo de nuestros cuerpos, sincronizados en un lento vaivén. Mis pies apenas tocan el suelo, y en este momento, siento que podría flotar.

—Eres mi todo —dice, y su voz tiembla apenas perceptible, como si estuviera revelando un secreto profundo.

—Y tú eres el mío —mis labios se curvan en una sonrisa que no puedo contener.

El resto de la noche es una sucesión de momentos perfectos: los brindis llenos de anécdotas que nos hacen reír hasta que nos duelen los costados, los abrazos de familiares y amigos, las miradas furtivas que Mark y yo compartimos, cada una cargada de una promesa silenciosa de que esto es solo el comienzo. La comida es deliciosa, aunque apenas la pruebo. Estoy demasiado ocupada observándolo, grabando cada gesto, cada risa, como si temiera que pudiera desvanecerse si aparto la mirada.

EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora