03. El primer viaje

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He perdido la cuenta de los días que he pasado encerrada en esta casa. El tiempo se ha convertido en algo abstracto, una mezcla indistinguible de horas que pasan sin que las sienta realmente. Rachel dejó de insistir en venir, los mensajes de Emily se han vuelto más esporádicos. Supongo que finalmente se han dado cuenta de que no hay nada que puedan hacer por mí. Ni siquiera yo sé qué hacer por mí misma.

Hoy es uno de esos días en los que el peso del dolor parece más intenso, más sofocante. Me levanto de la cama con la cabeza llena de neblina, arrastrando los pies hasta la cocina, donde la cafetera ha dejado de funcionar, igual que yo. Ni siquiera me molesto en intentar arreglarla. No tengo energía para enfrentar otra pequeña derrota. En cambio, me sirvo un vaso de agua y lo dejo en la mesa sin beberlo. El silencio en la casa es espeso, casi tangible, y siento que me traga un poco más cada día.

Paso las horas vagando por las habitaciones, mirando las mismas paredes, las mismas fotos, los mismos recuerdos que me torturan. Me detengo frente a una imagen enmarcada de Mark y yo en nuestra boda. Su sonrisa es tan brillante, tan llena de vida, que me rompe el corazón verla. Mis dedos recorren el vidrio, queriendo traspasarlo, como si pudiera tocarlo, como si de alguna manera pudiera traerlo de vuelta.

—¿Por qué te fuiste? —susurro, mi voz apenas un murmullo en la quietud de la casa.

El nudo en mi garganta se aprieta hasta que apenas puedo respirar. Mis ojos arden, pero las lágrimas se niegan a caer. He llorado tanto que ya no queda nada. Solo este vacío. Me dejo caer en el suelo frente a la foto, abrazando mis rodillas contra mi pecho, balanceándome lentamente. Mi mente se sumerge en recuerdos, imágenes de Mark, de nosotros, de lo que teníamos y de lo que perdí. Quiero escapar de todo esto, pero no hay un lugar al que pueda ir.

La desesperación crece dentro de mí, retorciéndose, clavando sus garras en mi corazón. Cierro los ojos con fuerza, deseando poder salir de mi cuerpo, de mi mente, de mi vida. El aire se vuelve denso a mi alrededor, y un mareo repentino me sacude. Me desplomo hacia atrás, la cabeza da vueltas, y siento como si estuviera cayendo, cayendo en un pozo sin fondo.

Y entonces, todo cambia.

Cuando abro los ojos, no estoy en mi sala de estar. La luz es diferente, más cálida, más dorada. Mi respiración se entrecorta mientras miro a mi alrededor, y el asombro me invade. Estoy en la iglesia. La misma iglesia donde me casé. Todo es exactamente como lo recuerdo: las flores adornando los bancos, las velas encendidas, el murmullo suave de los invitados que esperan el comienzo de la ceremonia. No entiendo lo que está pasando. ¿Es un sueño? ¿Una alucinación? Mi mente busca desesperadamente una explicación, pero no encuentro ninguna.

—Maine, ¿estás bien? —Una voz me saca de mi estupor, y mi corazón se detiene por un instante.

Giro la cabeza lentamente, y ahí está. Mark, de pie junto a mí, su rostro lleno de preocupación y ternura. Mis manos comienzan a temblar, y todo mi cuerpo se siente como si estuviera a punto de derrumbarse. No puede ser real. No puede ser él. Pero sus ojos, esos ojos que tanto amo, me miran con la misma intensidad de siempre.

—Maine, cariño, estás pálida —veo como frunce el ceño con preocupación, su mano se extiende hacia mi rostro, acariciando suavemente mi mejilla.

Su toque es cálido, real. Y eso me aterroriza más que cualquier cosa. Mi mente no puede procesar lo que está ocurriendo. Estoy de regreso en el día de nuestra boda. Pero, ¿cómo? ¿Por qué? Siento que mi pecho se aprieta con fuerza, cada latido del corazón es un golpe sordo que resuena en mis oídos.

—Yo... no sé qué está pasando... —balbuceo, con voz temblorosa, sin poder articular lo que siento. Todo es una maraña de confusión y pánico.

Mark me toma de las manos, sus dedos se entrelazan con los míos. La calidez de su piel, la firmeza de su agarre, todo es tan tangible, tan familiar, que me duele. Lo miro a los ojos, tratando de encontrar algún indicio de que esto es un sueño, una fantasía creada por mi mente desesperada. Pero no hay nada. Es él. Es realmente él.

EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora