11. Consecuencias inesperadas

10 7 0
                                    

El mundo a mi alrededor se desmorona, lento pero seguro. Cada vez que cierro los ojos, siento que el suelo bajo mis pies es menos firme, como si la realidad misma estuviera perdiendo consistencia. Es una sensación que no puedo sacudir, un malestar que se ha arraigado en lo más profundo de mi ser. Al principio, intenté ignorarlo, convencerme de que no era más que un efecto secundario de los cambios que había hecho en el pasado. Pero ahora, ya no puedo negar lo que está sucediendo. Algo se ha roto, algo más allá de mi control, y las repercusiones están comenzando a mostrar su rostro.

Me muevo por la casa con cautela, como si de alguna manera pudiera evitar que las cosas se desmoronen aún más. Pero todo es en vano. Los efectos de mis acciones se están propagando como una enfermedad, tocando cada rincón de mi vida, y estoy impotente para detenerlo.

Lo primero que noto es la ausencia de pequeñas cosas, objetos que antes estaban en su lugar y que ahora simplemente han dejado de existir. Fotografías que alguna vez decoraron las paredes han desaparecido, dejando huecos vacíos donde solía haber recuerdos felices. Me paso las manos por el cabello, intentando no caer en el pánico, pero la sensación de que todo se está escapando de mis manos es ineludible.

Mientras me dirijo a la cocina, buscando algo que me ancle a la realidad, veo que una silla falta en la mesa. Me detengo en seco, el corazón late con fuerza en mi pecho. Esa silla, la que siempre estuvo en el mismo lugar desde que nos mudamos aquí, ahora no está. Es como si nunca hubiera existido. El terror se enrosca en mi estómago, un nudo que se aprieta cada vez más con cada detalle que noto, con cada cosa que se desvanece de mi vida.

Trato de mantenerme ocupada, de no pensar en lo que está sucediendo, pero es imposible. La realidad se está desmoronando, y no puedo hacer nada para detenerlo. Me siento en una de las sillas que aún quedan en la mesa, apoyando la cabeza entre mis manos, sintiendo cómo la desesperación me invade.

Entonces, el teléfono suena, un sonido agudo que me hace saltar en mi asiento. Me levanto rápidamente, el alivio se mezcla con la ansiedad mientras corro hacia el teléfono. Es Rachel. Su voz es un bálsamo para mis nervios, pero incluso mientras hablo con ella, siento que algo no está bien.

—Maine, ¿estás bien? —pregunta Rachel, su tono es cálido, pero hay una tensión subyacente, una preocupación que no puedo ignorar.

—Sí, estoy bien... solo un poco cansada —miento, mi voz suena extraña incluso para mí misma, como si no fuera del todo mía.

Rachel guarda silencio por un momento, como si estuviera decidiendo si creerme o no. Puedo imaginar su rostro, la forma en que sus cejas se fruncen ligeramente cuando está preocupada. Esa expresión que siempre me hizo sentir protegida, como si ella pudiera resolver cualquier problema con solo preocuparse lo suficiente. Pero hoy, esa sensación no llega.

—¿Estás segura? —insiste, su voz se suaviza, y puedo escuchar la incertidumbre en ella—. He intentado llamarte varias veces, pero no respondías. Estoy un poco preocupada, eso es todo.

Me duele escuchar la preocupación en su voz, porque sé que está justificada. Pero no puedo decirle la verdad, no puedo hacerle entender lo que está sucediendo. Ni siquiera yo lo entiendo por completo.

—Lo siento, no escuché el teléfono. He estado... distraída. Pero no te preocupes, estoy bien, en serio —respondo, intentando sonar convincente, pero incluso mientras hablo, siento cómo la conexión con Rachel se siente tenue, como si ella estuviera llamando desde muy lejos, desde un lugar al que ya no puedo llegar.

—Maine, si necesitas algo... si quieres hablar... —Rachel duda, y puedo imaginar cómo se muerde el labio, insegura de qué más decir.

—Gracias, Rachel. Lo sé. Pero estoy bien. Hablamos pronto, ¿sí?

EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora