02. Un año de sombra

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Un año ha pasado, pero para mí, el tiempo es una ilusión. Los días no tienen principio ni fin, y la realidad se ha convertido en un vago eco de lo que alguna vez fue. No puedo recordar con precisión cómo llegué aquí, a este punto en el que todo se desmoronó, pero sé que cada minuto que pasa me arrastra más profundamente en un abismo del que no sé cómo salir.

El hospital psiquiátrico fue mi hogar durante meses, aunque nunca me sentí realmente viva allí. Después de su muerte, caí en una espiral tan oscura que mi familia no tuvo otra opción que ingresarme. Los doctores intentaron ayudarme, me llenaron de medicinas, de palabras suaves y de promesas de que el dolor disminuiría con el tiempo. Pero ellos no entendían. No podían. ¿Cómo podrían saber que el vacío que dejó Mark no es algo que se pueda llenar con palabras ni con drogas?

Recuerdo con claridad el día en que me dieron de alta. Me llevaron a una pequeña sala, sin ventanas, donde el psiquiatra se sentó frente a mí, con un cuaderno en sus manos. Sus ojos me escrutaban, buscando en mi rostro alguna señal de mejoría, algo que le indicara que yo estaba lista para volver al mundo exterior.

—Maine, creemos que has hecho progresos significativos —dijo con ese tono ensayado, el mismo que había usado con cientos de pacientes antes que yo. La forma en que pronunciaba mi nombre me irritaba, como si al decirlo suavemente, pudiera suavizar la realidad de lo que me había sucedido.

Asentí, pero no porque estuviera de acuerdo, sino porque sabía que eso era lo que se esperaba de mí. Quería salir de allí. Quería estar lejos de las paredes acolchadas, lejos de las miradas compasivas de las enfermeras, lejos de las sesiones de terapia donde se suponía que debía "sanar". Así que jugué su juego. Respondí a sus preguntas de la manera correcta, mostré la cantidad justa de arrepentimiento y esperanza. Y me dejaron ir.

Mi hermana, Rachel, fue quien vino a buscarme. Cuando me vio salir, su rostro mostró una mezcla de alivio y preocupación. Se apresuró a abrazarme, pero no correspondí. Mi cuerpo estaba rígido, incapaz de devolverle el gesto. Sentí su mano temblorosa acariciando mi cabello, susurrándome que todo estaría bien, que estaba a salvo ahora. No le respondí. No porque no la quisiera, sino porque ya no sabía cómo expresar lo que sentía. O, mejor dicho, lo que no sentía.

En el trayecto a casa, Rachel intentó llenar el silencio con conversación. Habló de cosas mundanas: el clima, cómo los vecinos habían preguntado por mí, incluso mencionó que el perro de la familia había tenido cachorros. Pero yo apenas la escuchaba. Mi mirada estaba fija en la ventana, observando cómo el mundo pasaba rápido, tan rápido que apenas podía enfocarme en algo antes de que desapareciera. El tiempo, el espacio, todo se sentía irreal, como si estuviera atrapada en un sueño del que no podía despertar.

Cuando llegamos a casa, Rachel insistió en quedarse conmigo. No quería dejarme sola, y aunque yo sabía que su presencia era lo único que me mantenía conectada con la realidad, una parte de mí deseaba que se fuera, que me dejara en paz con mis propios demonios. Pero ella no se movió. Preparó té, intentó hacerme comer algo, y luego me llevó al sofá, donde nos sentamos en silencio.

—Maine, sé que esto es difícil —dijo finalmente, rompiendo el silencio que nos envolvía—. Pero estoy aquí para ti. No tienes que enfrentarlo sola.

Miré sus ojos, tan llenos de compasión y tristeza. Quería decirle que lo sabía, que apreciaba su preocupación, pero las palabras no salían. Mi garganta estaba seca, cerrada como si hubiera un nudo que impedía cualquier comunicación. Lo único que pude hacer fue asentir, pero el gesto fue tan leve que no estoy segura de que lo notara.

Rachel se quedó esa noche. Durmió en el sillón de la sala, a pesar de que insistí en que no era necesario. Pero su presencia no me reconfortaba. Me sentí atrapada, observada, como si cada respiración que tomaba estuviera siendo evaluada. Me encerré en mi habitación, pero no encontré consuelo en el silencio. Me tumbé en la cama, abrazando la almohada que una vez compartí con Mark, y la oscuridad me envolvió, no como un refugio, sino como un abismo del que no podía escapar.

EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora