EFECTO MARIPOSA | [COMPLETA]

21. El encuentro con el destino

El café está lleno, pero apenas noto a las personas que me rodean. Las voces, los murmullos, el tintineo de las tazas y los cubiertos, todo se convierte en un zumbido de fondo que apenas penetra la barrera de mis pensamientos. Me siento en una mesa junto a la ventana, el sol de la tarde baña el lugar con una luz dorada que, en otra ocasión, habría encontrado reconfortante. Pero hoy, esa calidez solo acentúa el frío que siento por dentro.

Estoy aquí porque no sé a dónde más ir. He intentado, con todas mis fuerzas, encontrar una manera de deshacer lo que he hecho, de corregir los errores que han transformado mi vida en un caos. Pero cada intento ha terminado en fracaso, y la desesperación que creí haber dejado atrás está comenzando a asentarse de nuevo. No hay respuestas en los libros que he llenado de notas y reflexiones, no hay respuestas en los sueños que me atormentan por la noche. Todo lo que me queda es un sentimiento de vacío, de una pérdida tan profunda que parece que nada podrá llenarlo.

Levanto la taza de café que tengo delante y dejo que el calor se filtre a través de mis dedos. El aroma amargo del café debería ser un consuelo, pero me doy cuenta de que no tiene el mismo efecto que solía tener. Nada parece real. Nada parece tener sentido. Me pregunto si alguna vez volveré a sentir algo más que este vacío, esta sensación de estar atrapada en una realidad que no me pertenece.

Miro por la ventana, intentando encontrar algo que me distraiga, algo que me saque de mi propia cabeza, aunque sea por un momento. Los coches pasan con un ritmo monótono, las personas caminan por la acera, ajenas a mi lucha interna. Todo parece tan... normal. Tan distante. Es como si estuviera observando el mundo a través de una película, separada por una barrera invisible que me impide conectarme con lo que veo.

Y entonces, lo noto.

Al principio, es solo una sensación, un leve cosquilleo en la nuca que me pone en alerta. No puedo identificar de inmediato qué es lo que me ha llamado la atención, pero sé que algo ha cambiado en la atmósfera del café. Con el corazón latiendo un poco más rápido, dejo la taza en la mesa y miro a mi alrededor, intentando localizar el origen de mi incomodidad.

Es entonces cuando lo veo.

Sentado al otro lado del café, hay un hombre que no había notado antes. No hay nada particularmente llamativo en él, al menos a simple vista. Parece tener mi edad, tal vez un poco mayor, con el cabello castaño oscuro y una expresión serena en el rostro. Pero lo que me inquieta es que está mirándome. No de la manera casual en que alguien podría echar un vistazo a un desconocido en un lugar público. No, su mirada es fija, intensa, como si estuviera estudiándome, evaluándome.

Mi primer instinto es apartar la vista, pero me siento atrapada por su mirada. Hay algo en sus ojos que me hiela la sangre, una mezcla de conocimiento y... algo más. Algo que no puedo identificar, pero que me llena de un miedo irracional. ¿Quién es este hombre? ¿Y por qué me mira de esa manera? Siento que el aire a mi alrededor se espesa, y mi respiración se vuelve superficial, como si el mero hecho de estar en este lugar se hubiera vuelto una tarea imposible.

Finalmente, aparto la vista, tratando de recuperar la compostura, pero el miedo ya se ha instalado en mi pecho, un nudo apretado que se niega a soltarse. Mi mente corre en círculos, buscando una explicación, pero no encuentro ninguna que me tranquilice. ¿Es posible que este hombre sepa algo? ¿Es posible que esté relacionado con todo lo que me ha estado sucediendo? La paranoia, esa vieja compañera, comienza a susurrar en mi oído, llenando mi mente con imágenes de conspiraciones y amenazas.

Decido que no puedo quedarme aquí. Necesito salir, necesito escapar de esta mirada, de esta sensación de estar bajo un microscopio. Tomo mi bolso y me levanto, intentando mantener la calma, intentando no llamar la atención. Pero mientras me preparo para salir, escucho una voz que me detiene en seco.