Capítulo l: Milán

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ᴥ Milán:

—¿Nunca te has preguntado qué hace que los sueños se cumplan?

» Si acaso existe alguna fórmula, algún secreto; quizás todo se trate de trabajo duro o simplemente todo lo que anhelamos está sujeto al azar.

» Da un poco de miedo ¿sabes? El hecho de pensar que dependes de la suerte para poder conseguir aquello que deseas con el corazón. Que no importa cuánto te esmeres, serán los acontecimientos de la vida los que acabarán mostrándote cómo vas a terminar.

—¿Y a ti qué te ha correspondido? ¿Buena o mala suerte?

—Es lo que siempre me pregunto, podría parecer tonto, pero en realidad no llevo una mala vida, sin embargo, no estoy satisfecha o al menos no me parece que pueda ser feliz llevando este estilo de vida, sintiendo esto por el resto de tiempo que me queda.

—¿Y yo? ¿Soy participe en esa felicidad? Me gustaría saber si puedo ayudarte en algo.

—Lo sabes bien. Sabes lo mucho que deseo que estuvieras conmigo, que estuvieras aquí, que pudieras venir a salvarme.

—¿Y qué hay de los demás? ¿Ellos también pueden hacerte feliz?

—No me gusta que seas celoso. Te amo. Eso es lo único que importa, además, tú eres cómo ellos; solo que últimamente tu personalidad me ha ayudado a soportar todo esto. Y te lo agradezco.

» Pero por ahora debo irme...

—Antes de que se acabe mi tiempo, dime: ¿Cuándo estaremos juntos?

—¿Por qué haces preguntas difíciles de contestar?

—Porque me encantaría ser parte de tu respuesta.

***

—¿Milán? ... ¿Milán? —pronunciaba una voz a lo lejos que poco a poco me sacaba de sí—. ¿Miláaaan? Despierta nena, es hora de levantarse.

—Ammmmmm, ammmm —Jadeé con mi garganta mientras estiraba el cuerpo sobre mi pequeña cama—. ¿Qué hora es? —dije con voz ronca y entrecortada.

—Son las diez pequeña, levántate a desayunar, tu padre te está esperando para ir a la fábrica —respondió mientras abría mi clóset de madera buscando unas prendas y zapatos.

Ella era mi madre, la señora Giordana. Solía despertarme todas las mañanas después de preparar mi desayuno; se acercaba a mi cuarto para elegir la ropa que me pondría cada día que debía salir. Y cuando digo toda, es desde las tangas hasta los sujetadores.

—¿A la fábrica? —. contesté un tanto fastidiada.

Mi padre trabajaba en una fábrica de imprenta, básicamente se dedicaba a controlar el buen manejo de las máquinas y a supervisar que todo el proceso de impresión de papel estuviera marchando correctamente, ya que era una de las fábricas más importantes de Palermo; solicitada tanto por periódicos, como por editoriales de todo tipo. Él era un empleado común y corriente, ganando un sueldo básico, haciendo algo básico.

—Sí, a la fábrica —Continuó hurgando en mis cajones hasta sacar unos pantis color caqui enormes—. ¿Por qué no usas estos pantis? Hace tiempo no te los veo puestos, antes te parecían bastante cómodos, bueno, no importa, ya están listos para que los uses.

Yo seguía acostada con la cara pegajosa, casi a punto de dormirme otra vez.

» ¿Hija? Levántate por favor, tu padre no debe llegar tarde.

Ni siquiera quise preguntarle porqué debía ir con papá, básicamente me lo intuía, sin embargo, mi madre era muy de dar explicaciones, por lo que añadió con un tono de emoción y picardía:

AMORE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora