Capítulo Xl: Pitón.

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Carlo Santana:

Estuvimos pasando el resto del día sentados en una vieja discoteca situada a las afueras de Palermo, junto a Matteo y mi hermano.

Era uno de mis sitios favoritos. Licor barato, mujeres baratas, droga barata.

—¡CAMARERA! —grité alzando la mano y dando un chiflido increíble con mis labios —¡Otra más, otra más!

Movía mi cabeza de un lado para otro al ritmo del bajo que estallaba de fondo en la disco.

Electrónica de la buena.

Giré para ver a la camarera, pero esa puta no venía.

—¡CAMARERA! —Moví mis manos para bailar con más fuerza sin pararme de la silla, sólo moviendo el tronco del cuerpo para sacar todo ese éxtasis que me recorría.

Eso es lo que tiene venir a sitios baratos, no te atienden bien los hijos de re mil putas.

Cansado de la espera y sin dejar de bailar en ningún momento, decidí ir yo mismo por la bebida. Le indiqué a mi hermano y a Matteo que volvería en un momento.

Ambos me miraron serios, algo fastidiados cuando me levanté; sin pronunciar una sola palabra, al contrario de mí, ninguno de los dos bailaba.

Putos amargados que son.

Los jueves en Italia daban paso al fin de semana, las discotecas y bares se abarrotaban de gente.

Mujeres, hombres, transexuales, perros, monjas, de todo había en esa discoteca, analizaba alrededor y detallaba a varias mujeres haciendo sus sexys movimientos al ritmo de la música.

Qué ganas de follar dan.

Me recosté en la barra para pedir, estaba llena de gente de esquina a esquina, tuve que colarme a la fuerza entre algunos cuerpos que tapaban el paso.

Los tragos que había bebido antes ya comenzaban a hacer efecto, ya sentía ese peculiar mareo que da cuando el cuerpo está entrando en estado salvaje.

—¿Y la camarera? Menuda mierda venir hasta acá para pedir algo de tomar —Hablé para quien sea que estuviera ahí.

Algunos a mi alrededor me miraron de reojo, pero nadie dijo nada, me ignoraron por completo.

El barman se encontraba sirviendo tragos a unos metros de mí, no daba abasto con tanto pedido de las personas. Era el único sirviendo bebidas.

» ¿Y laa...as camareraaas? —pregunté otra vez alargando palabras.

Nadie me prestó atención.

Joder, como me está pegando el vodka.

Sacudí un poco mi cabeza para aterrizar un poco la mente que comenzaba a irse.

» Ehhhh... te estoy hablando —comenté otra vez mirando al Barman—. Quiero una puta botella de... vodka... voood...kaaaa, ¿me escuchas-te? ¿Ehhh?

Ni siquiera me miró, su atención estaba fija atendiendo a los otros.

El DJ en el fondo hizo una mezcla y pinchó una canción que me molaba mazo. Bueno, nunca la había escuchado, pero su beat y bajo estaban jodidamente buenos.

Jodidamente buenos.

El licor, un par de pastillas que consumí y la música, me llenaron de mucha adrenalina y euforia.

Estos imbéciles me están ignorando.

Puse la mano sobre mi cintura y toqué por encima del pantalón el afilado cuchillo que llevaba.

AMORE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora