Capítulo ll: El huésped

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ᴥ Alessandro Ferrari:

Danzaba sobre mi cuarto, moviendo mis muñecas y brazos como si fueran dos persianas dejándose llevar por el viento. Mis pies seguían el ritmo corto y oscuro del violín que alardeaba de fondo.

Música clásica. Mi favorita para comenzar las mañanas. No había un solo día que aconteciera sin escuchar alguna pieza musical de mi preferencia. Chopin, Mozart, Brendel. Aunque escuchaba un poco de música más actualizada, mis gustos siempre se inclinaron hacía lo antiguo y bello. El teatro, la ópera, la danza.

Continué ensayando mis movimientos hasta que alguien interrumpió, tocando a la puerta, cortando de golpe la inspiración de mi danza.

—¿Joven Alessandro? —preguntó Margaret, la criada—. ¿Se encuentra usted allí? Ya está listo el desayuno.

La ignoré por completo, por lo que intenté volver a concentrarme en la sincronización de mis pasos, pero esta insistió.

—¿Joven Alessandro? ¿Me escucha? —Dio tres toques fuertes a la madera.

Di media vuelta y con rabia levanté la aguja sobre el disco de música, tomé rápidamente una sábana blanca sobre mi cama para cubrir la zona baja de mi cuerpo, ya que cuando bailaba, solía hacerlo desnudo.

Me acerqué de manera brusca a la puerta y la abrí con soberbia añadiendo:

—¿Cuántas veces te he dicho que no interrumpas cuando estoy danzando? —Miré su cara de manera seria, mordiéndome los dientes.

—Disculpas —Inclinó su cabeza en forma de reverencia—. Es solo que quise preguntarle si hoy desayunaría con nosotros —Levantó su cabeza nuevamente hacía mí—. Su padre me llamó temprano para indicarme que llega hoy.

—¿Hoy llega? —pregunté preocupado—. ¿No se suponía que estaría dos semanas más de viaje?

—Todos pensábamos eso señor Alessandro...

La interrumpí para quejarme.

—Ya sabes que no me gusta que me digas señor, solo Alessandro —-Deslicé brevemente la lengua sobre mis labios.

—Son las costumbres de la casa señor —Corrigió rápidamente—. A...Alessandro.

—No te preocupes, ya te irás acostumbrando. Nadie me llama señor. —afirmé con un tono serio mirándola fijamente.

Margaret era una nueva criada, llevaba solo unas semanas en nuestra vivienda. Mi padre solía reemplazarlas de vez en cuando, puesto que no le gustaba tener a una persona por muchos años en la mansión, supongo que era por temas de seguridad. Las demás criadas estaban desde hace unos meses ya con nosotros, por lo que conocían cómo funcionaban las cosas aquí.

—Gracias por la noticia Margaret —asentí con mi cabeza—. Supongo que espera llegar de sorpresa y encontrarme estudiando.

—Con gusto —contestó más tranquila—. Fue Beatriz, la encargada de todas nosotras la que me pidió que siempre que se tratara de su padre le avisara a usted.

—Beatriz, Beatriz... Qué haría sin ella... —suspiré confiado—. En un momento bajaré a desayunar, solo iré a vestirme —Di media vuelta alejándome unos metros de ella.

—¿Alessandro? —preguntó con interés. Me giré de inmediato para atender a su llamado y continuó—: Solo quería decirle que, por favor, procure usar sábanas más oscuras la próxima vez.

—¿Perdona? —dije un poco confundido inclinando mi cabeza hacia un lado.

Margaret miraba de forma escandalosa la zona baja de mi abdomen, por mi entrepierna.

AMORE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora