Capítulo Xlll: Pequeña mentirosa

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ᴥ Margaret:

Hay una cosa que siempre me repetía mi padre cuando era más pequeña, sobre todo después de violarme en repetidas ocasiones.

La mujer no es el complemento del hombre, al contrario, las mujeres necesitan al hombre para complementarse así mismas, porque por si solas no son nada, ni siquiera una media parte de algo logran ser, simplemente están vacías, disponibles para la disposición que un varón les quiera dar.

Era muy joven para entender a lo que se refería, pero lo escuchaba dando citas puntuales acerca de las mujeres que acabé grabándolas en mi cabeza y ya con una edad más avanzada pude comprenderlas.

No estoy en desacuerdo con mi padre, en general, me gustaba lo que me enseñaba; eso de depender de los hombres me sentaba bastante bien, solo que por mi parte acabé refinando sus palabras.

No me importa si mi compañero me mantiene, me usa o me ignora; desde que me pueda dar la vida que yo quiero, con eso me es suficiente.

Estuve esa mañana en mi habitación deambulando por mi cabeza recordando a mi padre y a mi infancia, solo había pasado un día desde el incidente en la biblioteca y desde ese momento no tuve contacto alguno con el joven Alessandro ni con ningún residente que no fuera una criada.

Apenas comenzaba el día y para mi mala fortuna, debía ir a servirle al joven amo. Todas las mañanas lo esperaba atenta junto a su habitación para ofrecerle el desayuno y para estar pendiente de cualquier cosa que necesitara.

Buscaba algo de fuerza en el pasado, para poder saber cómo abordar mi situación, para saber cómo poder abordar a Alessandro.

El sol comenzaba a salir, hace varios minutos debía haber bajado, sin embargo, seguía ahí pensando en el miedo que me daba fracasar en mi misión y tener que volver a mi estúpida vida cuidando abuelos.

Unos pasos presurosos se acercaban desde lejos, esa forma de caminar me daba el poder de intuir sobre quién se trataba.

Abrió la puerta con fuerza y con gran agitación me dirigió la voz casi gritándome como solía hacerlo:

—¡MARGARET! ¡¿Qué haces aquí acostada aún?! —Era Beatriz—. El joven Alessandro puede despertar en cualquier momento y debe tener a alguien ahí para lo que se le ofrezca —Su cara nauseabunda daba mucho más asco cuando estaba molesta.

—Lo siento —dije con un tono de voz bajo y me levanté enseguida de la cama—. Iré enseguida, es solo que me encuentro un poco mal.

—¿Tienes gripe o algo? —preguntó preocupada.

¿Estaba preocupada por mi salud?

La miré confundida por la leve muestra de interés que tuvo y luego añadió aclarándolo todo:

» No quiero que vayas a infectar de gérmenes a Alessandro o al señor Ferrari —expuso dando dos pasos hacia atrás.

Vaya, le preocupa que pueda infectar a alguien, es lógico.

—No estoy enferma Beatriz, no te preocupes —Apreté mi delantal listo para ir a cumplir con mi labor—. Solo me sentía un poco desanimada. Eso es todo.

Me miró entonces con un asco tal por lo que acababa de decirle que no fue necesario que lo dijera, podía suponer lo insignificante que yo era para ella.

Apretó su mandíbula, permitiendo ver parte de esos feos dientes amarillos que tenía.

—Espero que no vayas a molestar al joven con tus tonterías —Pasé junto a ella, para marcharme—. Él tiene cosas importantes que hacer, no tiene tiempo para escuchar los problemas de una crí-a-da —Hizo énfasis en la palabra despectivamente, como si ella no trabajara en lo mimo.

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