Capítulo Xll: Ssij moje jadra.

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ᴥ Enzo Lombardi:

Estuve toda la noche esperando a que los hombres detenidos llegaran para dar su informe como me indicaron, ya eran las dos de la mañana, había terminado mi turno hace rato, pero en verdad estuve esperándolos desde las once con treinta de la noche, la hora donde pasó el incidente.

Yo era nuevo en la estación, hace tres meses había llegado a Palermo, era el oficial nuevo de la zona, por lo que me tomaba siempre mi trabajo muy enserio, y en verdad quería hacer cada cosa de la mejor manera, no solo por mi moral de trabajador, sino por mis grandes intenciones de ascender dentro del cuerpo policial.

Solo quedaban en la estación unos pocos policías y unas cuantas oficinistas que tomaban las llamadas, Palermo era una ciudad tranquila, a excepción de ciertos barrios y zonas de cuidado, como en la que fui recién.

Tomé el papel que le di al tipo con tatuajes para que me anotara su nombre, intentando leerlo en mi cabeza.

Ssij moje jadra.

¿Así son los nombres en Polonia? Vaya martirio ha de ser tener un nombre tan difícil de pronunciar.

Una de las operarias de llamadas, Marian, se acercó hacía mi escritorio al notar que yo seguía en la estación. Era una estadounidense que venía de intercambio al cuerpo policial, una chica morena y con unos kilos demás, no al punto de ser gorda, pero se notaba buena carne en ese uniforme.

¿Enzo? —pronunció a mis espaldas—. ¿Trabajas en algún caso? ¿Por qué no estás en tu casa ya?

Muchas preguntas al tiempo mujer...

—Estoy esperando un testimonio pendiente de unas personas.

—¿A qué te refieres con testimonios? Nadie viene tan tarde nunca a testificar, los horarios son en la mañana —añadió confundida.

Tomé la jarra de café que me estaba bebiendo desde hace unas dos horas y serví sobre un vaso desechable la última muestra de lo que quedaba.

—Atrapé a unos sospechosos, pero uno de ellos estaba muy herido, por lo que los dejé ir para que atendieran a su compañero —Di un leve sorbo de café—. Con la promesa de que volverían a la estación para testificar lo ocurrido.

Marian dio unos pasos a mi lado y me observó casi a punto de reírse.

» ¿Qué pasa? —pregunté enojado por su reacción.

—Enzo... —No se contuvo y carcajeó un poco—. ¿Enserio crees que un sospechoso va a venir a la estación a testificar sus crímenes?

—No son culpables aún, solo debían venir a dar su versión de los hechos —puntué molesto.

—¿Y qué si te mintieron? —cambió su tono como si estuviera explicándole algo a un niño—. Digo, pudieron inventarse una excusa como esa para que los dejaras ir.

—No lo creo, su compañero estaba muy golpeado, era real.

—¿Por qué no han venido entonces? —indagó queriendo hacer verme que yo estaba equivocado.

—No lo sé Marian, algún inconveniente en el hospital quizás... —continué firme a mi pensamiento—. Además, uno de ellos me dio su nombre —Le mostré el papel para que se diera cuenta de su error.

—¿Eso es un nombre? —insistía.

—Así es. No era italiano el hombre. Lo supe por su acento, era polaco.

Quería mostrarle que hice bien mi trabajo, aunque ella no era nadie importante en la estación, no quería rumores tontos sobre mí, ni mucho menos risillas entre los agentes.

AMORE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora