Capítulo 18

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Lo primero que espero al abrir los ojos es la luz del sol, pero descubro que no soy capaz ni de abrirlos. Me llevo las manos a los ojos y lentamente me voy levantando de la cama, intentando al máximo posible no marearme, cosa que es extremadamente difícil dado a todo lo que ingerí ayer.

La noche anterior no era capaz de caminar, por lo que mucho menos moverme por mí sola, pero ahora el dolor se ha multiplicado por tres, especialmente en la cabeza. Parece como si una manada de elefantes no pararan de moverse dentro de mi cabeza.

No sé durante cuántos minutos estoy masajeándome las sienes a la vez que regulando mi respiración, pero cuando abro los ojos observo que hay un rayo de luz que se cuela débilmente entre las cortinas. Inmediatamente sé donde estoy y por un momento me pongo nerviosa. La última vez que había estado en la habitación de Laylah había sido para ayudar a Ginger a recuperar su mochila.  Si me hubieran dicho la primera vez que vine a Denver que estaría durmiendo con dos chicas en la habitación de Laylah Relish me hubiera reído en su cara, ahora eso estaba ocurriendo de verdad.

A mi derecha se encuentra una Abby dormida en un colchón gigante colocado en el suelo compartido conmigo. En algún momento debímos distribuirnos donde dormía cada una pero ahora mi amiga ocupa todo el colchón mientras agarra la almohada contra ella, babeando.

Dirijo la mirada a Laylah y compruebo que ella también está durmiendo, antes de levantarme de la cama con cuidado de no despertarlas. Cuando doy el primero paso mi pie choca contra algo mullido y me agacho antes de tocar con lo que parece ser una sudadera y unos pantalones perfectamente doblados. No espero y los agarro antes de salir de mi habitación encontrándome con un pasillo oscuro lleno de cuadros colgados acompañados de un silencio que me hiela la sangre. Por unos instantes casi vuelvo a entrar a la habitación de Laylah y meterme de nuevo entre la protección de las sábanas y abrazarme a Abby, pero seguramente esta me notaría y no dejaría que tocara la almohada por lo que con esa razón y el olor de alcohol aun impregnado en mí, decido caminar con pasos silenciosos y pequeños buscando un baño donde asearme.

Alguien me ha quitado las medias y los tacones, pero el vestido negro ajustado sigue pegado a mí y me doy cuenta de lo incómodo que es. Me pregunto cómo he sido capaz de aguantar tanto tiempo con una prenda de ropa como esta. Noto mi boca pastosa y terriblemente seca al igual que mi piel y sé que tengo el pelo lleno de nudos. Sin duda en estos momentos más que un ser humano debo parecer un animal.

Sigo caminando y cuando me dispongo a abrir una puerta al azar, esta se abre. Por suerte soy capaz milagrosamente de no caerme hacia delante.

—¿Necesitas ayuda?

Tímidamente levanto la vista y voy recorriendo su cuerpo intentando ser lo más lenta posible antes de llegar a su rostro y ver su cara, que me mira con curiosidad.

Cuando había estado mirándolo de arriba abajo había observado que tenía unos calcetines de algodón gordos negros con dibujos de balones de baloncesto, unos pantalones grises puesto en él y sin embargo, no es eso lo que hace que mis mejillas se sonrojen sino su pecho completamente desnudo. En un principio, parpadeo, creyendo que no es real. Incluso estiro la mano para tocarlo pero me retracto. Retrocedo dos pasos pasando una mano por mi cara y solo después es cuando le miro.

Tiene el pelo suelto y parece estar ligeramente mojado. Sus ojos grises me miran intensamente y una pequeña sonrisa sale cuando ve mi asombro.

—Bonitos calcetines—suelto lo primero que se me ocurre en un intento por distraerme y no mirar su pecho.

Cassiel levanta uno de sus pies para ver sus calcetines.

—Gracias—se dedica a responder cruzándose de brazos, haciendo notar los músculos.

La Promesa Eterna-1 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora