Cap. 8 Día 18

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Hoy era de esos días en los que Amelia contaba las horas para llegar a su casa y terminar con el suplicio en el que se había convertido sus últimas veinticuatro horas. No había podido visitar a su madre, odiaba que pasara tanto tiempo sola, porque aunque su hermano vivía con ella nunca estaba en casa cuando iba a verla y mucho menos se hacía cargo de la compra, la limpieza etc. A quien pretendía engañar, su hermano nunca le ayudaría, y para variar volvió a salir dos horas más tarde de la tienda, se acercaba la temporada de rebajas y el volumen de trabajo cada día era mayor, lo que le restaba horas de biblioteca y de estar con Luisita. Sus últimos encuentros habían sido demasiado breves o al menos así lo sintió la morena, deseaba volver a compartir una tarde de cervezas y risas, hablar de banalidades y descubrir poco a poco las cosas que hacían sonreír a la rubia. 

En más de una ocasión, estando en la tienda, se había descubierto pensando en Luisita, en el boli que sujetaba su pelo en un moño casual, en la forma que tenía siempre  de soplar  antes de beber aunque el café estuviese frío, en las miradas furtivas que la echaba cuando ella creía que no la veía y en su manera de pronunciar su nombre logrando enredar cada una de sus neuronas.

Se maldijo varios días por ese acercamiento que acabó en nada, pero con el tiempo se autoconvenció de que fue lo mejor que pudo haber hecho. No era el momento para establecer una relación o una aventura de biblioteca, ni tenía tiempo ni podía perder la concentración. Cada día tenía menos tiempo para las oposiciones y sentía que si se despistaba le acabaría pillando el toro. Ella, mejor que nadie, sabía que las oposiciones eran una carrera de fondo donde una nunca debe aparta su mirada de la meta y Luisita era un desvió lleno de curvas con varios letreros de advertencia. 

Como venía siendo habitual la última semana, en cuanto llegó se fue directa a la máquina de café, mientras esperaba a que el café estuviese listo escuchó una leve carcajada que reconoció al instante, miró al sitio de donde procedía y vio a Luisita en una de los asientos con los cascos y mirando algo en su móvil, no pudo evitar sonreír.

Pidió un segundo café y una vez que estaba listo se fue hacia la rubia y le colocó el vaso entre la pantalla del móvil y ella. Luisita dio un respingo, estuvo a punto de tirar el móvil y con él el café pero los reflejos de la morena lo evitaron al apartarlo justo a tiempo.

- ¡Maricón! ¡Qué susto! - Soltó quitándose los cascos.

- Perdón - Se disculpó Amelia rodeando el asiento para colocarse a su lado.- ¿Qué ves?

- El último capítulo de Lurelia - Dijo con una sonrisa y miró a la morena que puso cara de no saber a que se refería. - No sabes lo qué es ¿no? - Respondió divertida, negó con la cabeza. - Es una serie de televisión de dos bolleras.

- Ni idea... - Contestó un poco avergonzada.

No era consciente de lo poco que sabía de cine y televisión hasta que conoció a Luisita, pero admitía que le encantaba esa faceta friki de la rubia, le hacía más adorable de lo que ya era. Disfrutaba viendo cómo se ilusionaba cada vez que le hablaba de alguna película o de algún personaje que le había marcado.

- ¡Madre mía! Tengo muchísimo trabajo contigo - Bromeó aunque lo pensaba de verdad.

- Pues habrá que ponerse ¿no? que siempre me lo dices pero luego nada de nada. - Sonrió y casi de forma inconsciente arqueó una ceja provocando en Luisita mil terremotos en su interior. 

Ese era el poder de la morena sobre la rubia; un levantamiento de ceja y Luisita debía sostenerse con todas sus fuerzas para no caer rendida a ella.

- ¡Venga! Esta noche, después de estudiar  ¿qué me dices? - La tentó con una mirada.

- ¿En tu casa o en la mía? - Aceptó el reto.

Todos los días (Luimelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora