- ¡Mamá! - La llamó nada más entrar en casa como hacía cada miércoles.
- ¡En la terraza! - Escuchó muy al fondo.
Dejó las bolsas de la compra en la encimera de la cocina y se fue directa a ver a su madre.
- ¿Cómo estás?
- Menos mal que has venido.
- ¿Qué pasa?
- Que quiero salir de la hamaca esta y no puedo. - Soltó con un puchero, Amelia contuvo la risa aunque le daba cierta pena ver como con el tiempo su madre cada vez se valía menos por sí sola.
- Te he dicho mil veces que no te subas si no está Alberto o alguien que te ayude. - Le agarró de los dos brazos y la alzó con un movimiento rápido logrando que saliera de aquella trampa en forma de hamaca.
- Lo sé, lo sé, me dijo que volvería pronto.
- ¿Alberto?
- Sí, se ha ido a trabajar.
- ¿A trabajar? - Dijo extrañada.
-Sí, trabaja con Paquito, el hijo de Paulino, el del bar ¿Te acuerdas?
- Sí, claro, íbamos con papá cada domingo a tomar el vermut... ¿Está de camarero.?
- Eso creo, no me cuenta mucho, ya sabes cómo es, entra y sale a los cinco minutos.
Amelia puso los ojos en blanco, conocía demasiado bien a su hermano.
- Pues espero que le dure.
- Yo también... ¿Comes conmigo?
La morena consultó el reloj, había quedado con Luisita para comer juntas y después ir a la biblioteca, pero no quería dejar a su madre sola o no más tiempo del requerido. Desde la muerte de su marido apenas se relacionaba con la gente, no salía y el teléfono era un adorno más en aquella casa.
- Claro, mamá, pero hago yo la comida ¿te hago arroz a la cubana? - Su madre sonrió y asintió mientras se acomodaba en el sofá del salón.
Arroz a la cubana era el plato favorito de su madre y lo primero que aprendió hacer la morena. Su madre le enseñó un sábado cuando apenas tenía trece años. A ambas les gustaba cocinar y esos momentos de recetas eran donde Amelia aprovechaba para contarle sus preocupaciones y sus miedos. Fue en la cocina, haciendo la cena, cuando se atrevió a contarle que le gustaban las chicas con quince años, aprovechó que esa misma tarde habían visto en "El diario de Patricia" el caso de una chica de veinte años que le habían echado de casa por tener novia, la morena tanteó el terreno.
- Pobre ¿no? No sé qué hay de malo en eso... - Se encogió de hombros haciéndose la inocente.
- No sé, los hijos se quieren por encima de todo.
- ¿De todo?
- De todo, son tus hijos, tú eres lo único que tienen. No puedes rechazarles.
Sintió un inmenso alivio cuando escuchó aquellas frases y rezó para que la práctica fuera igual que la teoría y lo fue, para bien y para mal, porque el amor de su madre hacia sus hijos era tan incondicional que no fue capaz nunca de poner límites a Alberto.
****
Cuando Luisita recibió el mensaje de Amelia se encontraba con su hermana en el King's esperando los pedidos de la semana.
- ¿Y esa carita?
- Amelia que me ha cancelado. - Respondió apenada.
- Pero ¿por algo?
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Todos los días (Luimelia)
Romance¿Cuántos días necesitas para enamorarte? Luisita y Amelia van todos los días a la biblioteca, sin embargo, lo que parece algo rutinario puede ser el comienzo de algo que dure toda la vida. Una adaptación de mi obra teatral "Todos los días" estrenada...