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Desperté un poco adolorida

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Desperté un poco adolorida. Para mi suerte -si es que así se le podía llamar- estaba en la habitación de el edificio de cuatro pisos. Estaba acostada en la cama y no había nadie dentro más que yo. No me pareció raro, es decir, yo había huido de ahí y encima había huido de otro secuestrador así que suponía que tenían la habilidad de poder encontrarme en donde sea que esté.

Me levanté de ahí y vi afuera por la ventana. El jardín, a diferencia de ayer, estaba vacío. Había algunas personas que todavía estaban recogiendo las mesas y bebidas que quedaban. También estaban cortando y dandole forma a algunos arbustos y árboles pequeños. Se veía como una vista perfecta ya que con el cielo nublado se podía ver de una forma hermosa.

Me quedé un buen rato viendo.

Estaba lejos de mi padre, lejos de mi hermana pequeña que de echo era mi media hermana. Lejos de las personas que conocían y que ellas me conocían a mí. Lejos de mi hogar, de mi colegio, de mis cosas. Tampoco podía jugar algo o ver redes sociales porque no tenía mi teléfono, ni siquiera sabía dónde había quedado mi teléfono. Al menos podía estar segura de que me estaban buscando. Pero ni yo sabía dónde estaba, si estaba cerca de casa, lejos, si por acá me pudieran venir a buscar, no sabía.

Miré la mesa y habían dos pilas de ropa de colores oscuros. Me metí a la ducha para poder darme un baño. Me vestí y me tendí de nuevo en la cama. Estuve mirando el techo pensando en nada. No creía que hubiera escapatoria. Sé que no había sido la mejor manera intentar escapar de ahí corriendo sin ningún plan bien hecho pero fue lo único que se me ocurrió en una situación como en la que estaba.

Intenté olvidar la escena en la que el color de piel de esa chica se volvía tan pálida, la escena en la que su propia sangre manchaba la ropa que traía. Pero de igual forma, yo no había sido quien le enterró el cuchillo y acabó con su vida.

Pero de todos modos, ya no tenía sentido. No tenía sentido seguir pensando en que extrañaba a mi familia si este ya había sido elegido para ser mi destino y no había manera de remediarlo. No valía la pena llorar, sentirme sola, si ni siquiera me querían tanto en mi hogar como para extrañarlo demasiado. Sí, en algún momento sentía la necesidad de volver a casa pero sabía que en el fondo, simplemente no me querían.

—Te extraño, papá —susurré para mí misma.

—Si estuviera en tu lugar, lo extrañaría también, pero pues... las cosas pasan por algo, ¿no? —dijo Ayton. Ni siquiera me había dado cuenta de que alguien había entrado a la habitación que me levante rápidamente de la cama.

—¿Cuándo entraste? —pregunté.

—Hace como unos cinco o cuatro minutos más o menos.

Espera, ¿qué?

Menos mal que no había hablado conmigo misma en voz alta.

—¿Por qué querías escapar?

—¿En serio preguntas eso? ¿No es obvio? —él negó con la cabeza—. Bien, mira, un chico apareció en mi habitación, cuando regresé a mi casa ustedes dejaron una carta donde me citaban en ese lugar, fui a ese lugar y me secuestraron. Resulta que todo esto pasó porque un hombre que no conozco quiere verme. A esto, súmale que ya no paso tanto tiempo con mi padre como lo solía tener hace unos cinco años y nunca conocí a mi madre. Después intento escapar pero no sirvió de nada porque volví a donde estaba.

Siempre Existió © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora