CAPÍTULO EXTRA

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—¡Estúpido! —grité apenas entré a mi habitación.

Una cubeta con agua había caído encima de mí. ¿El culpable? Ayton Relish.

Ayton rió y lo fulminé con la mirada.

—¿Perdón? —se disculpó.

—¡¿Tienes idea de cuánto cuesta está blusa?! —reclamé.

—¿La que traes puesta? —asentí— Unos... ¿treinta dólares? Se ve muy sencilla.

—Pues está playera "sencilla" cuesta más de tres mil dólares.

Rió de nuevo.

—¿Qué te da tanta risa?

—Que te hayas comprado una blusa blanca y lisa de más de tres mil dólares en lugar de comprarte una exactamente igual sólo que de menos precio.

—¿Te estás burlando de mí, Ayton?

—Algo así.

—Estúpido —murmuré.

Cerré la puerta con un portazo, dejando a Ayton afuera de mi habitación. Me cambié de ropa porque la que traía estaba mojada por el agua que me había echado. Salí de mi nueva casa.

Hace poco que yo y Ayton nos habíamos mudado a una casa, bueno no, a una mansión, solos. La mansión estaba a mi nombre y una vez cada semana iba a visitar a mi padre.

Salí porque tenía diez mil dólares y no sabía para qué usarlos así que iba a comprar ropa. Iba caminando por la calle y entré a una tienda. Elegí unas prendas y me acerqué a la caja para pagar pero me congelé en cuanto vi al trabajador. Se me hacía muy conocido y mi mente hizo clic en cuanto supe quién era.

—¿Vas a pagar por eso o qué? —preguntó el chico.

—¿Me...? Oh Por Dios. ¿Me reconoces? —pregunté porque no estaba muy segura de eso.

—No, no te he visto nunca en toda mi puta vida, ¿vas a pagar por eso? —volvió a preguntar.

—¿Til?

Me miró extraño.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—1. Porque tu camisa de trabajo tiene tu nombre y 2. En la mansión gigante, cuando te secuestraron —respondí esperando que lo recordara.

—Me han secuestrado miles de veces en mansiones gigantes.

—Cuando estabas intentando escapar y yo entré y después me mostraste todas esas celdas con personas dentro y te... volví a encerrar ahí —me surgió una duda—. ¿Cómo es que escapaste de ahí?

—Ah, tú —omitió mi última pregunta—, ¿cómo te llamabas? ¿A... Arlet?

—Sí —me sorprendí porque todavía recordaba mi nombre.

—Bueno, ¿vas a pagar por eso? —señaló las prendas que colgaban de mi brazo.

—Sí pero ¿cómo escapaste de esa mansión?

—Como lo hago cada vez que me secuestran —dijo con un tono de obviedad.

—¿Sabes? Mejor pago por esto y me voy —sabía que no me respondería tan rápido.

—¿Y tú? —preguntó mientras escribía los códigos de la ropa en una computadora— ¿Cómo saliste de ahí?

—Ah, bueno, resulta que también me habían secuestrado pero por otro motivo.

Escuché que se aproximaron unos pasos detrás de mí.

—¿Alguien habló de secuestros? —era el policía de seguridad.

—No —Til sonó tranquilo.

—Pues me parece que sí, ¿están intentando secuestrar a alguien? —el policía seguía insistiendo.

—¡No! ¿Cómo cree? —respondí— estábamos hablando de un libro de secuestros que leí hace unas semanas, nada ilegal.

—Bueno, seguiré haciendo mi trabajo —se dió la vuelta y volvió a la puerta de la tienda.

Pagué por las prendad y me fui. Seguía preguntándome cómo es que Til escapó de ahí. Quizás escapó en cuanto supo que la casa estaba libre de ser vigilada. 

Siempre Existió © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora