Capítulo dos

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Cuando Abril despertó, ya era de noche.
Lentamente se incorporó, y al apoyar las manos en el suelo notó que este estaba mojado. '¿Agua? ¿He tirado alguna botella al caerme?'. Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la luz y pudo ver que el líquido derramado era más denso y oscuro, de hecho parecía de un rojo brillante y negruzco. Asustada, se levantó lo más rápido que pudo y encendió la luz.

Sus peores sospechas se confirmaron. Una mancha de sangre enorme se extendía por el parqué y por un momento se sintió a punto de vomitar.

Había demasiada, y aunque la biología nunca había sido su fuerte, era consciente de que nadie podría sobrevivir después de esa enorme pérdida de sangre. Y sin embargo ella estaba consciente y no se sentía débil, de hecho se notaba como con un subidón de adrenalina. Pero tampoco había manchas como de alguien arrastrándose o moviéndose, y ella era la única persona en el apartamento. Por lo tanto tenía que ser suya.

Esquivando la sangre fue a mirarse en el espejo del recibidor para comprobar que estaba entera. Lentamente fue observándose de arriba a abajo. El pelo rojizo se le pegaba a la cara y estaba apelmazado por la sangre seca, lo que le daba un aspecto horrible. Notaba los ojos hundidos en la cara, demasiado grandes y con un brillo apagado en sus verdes iris. Siguió bajando la mirada, pero todo parecía estar bien. Tenía manchas de sangre por toda la ropa y el cuerpo, pero no parecía tener ninguna herida. Sus brazos estaban enteros, también sus manos. No tenía cortes ni problemas en el torso y tampoco en las piernas. Movía lentamente el cuerpo comprobando que la columna no se le había escapado y que todos los huesos estaban en su sitio. Todo parecía correcto, desde la cabeza hasta los pies, incluyendo las alas.

'Un momento, ¡¿ALAS?!'

Y por segunda vez en esa tarde, Abril se desmayó.

Volvió a despertar, y por un delicioso momento se convenció de que lo había soñado. Se levantó en frente del espejo y con gran temor dirigió la mirada hacia el reflejo de su espalda.
Ahí estaban.
Dos alas enormes, con la parte más alta rozandole la nuca y las puntas a la altura de los muslos. Eran dos cascadas blancas con brillos azulados que parecían brotar de su espalda, casi parecían de humo. Acercó la mano temblando, preparada para que esta atravesara la cortina de plumas etéreas que ocupaban su espalda, pero lo que notó fue el musculo contrayéndose bajo sus dedos, con un tacto suave entre piel y plumas y una superficie caliente, muy real.

Pero lo que más le sorprendió fue el hecho de que había notado su mano. Había sentido la mano rozando y apoyándose en su ala derecha. Eran suyas.
Salían de un punto de su espalda, lleno de sangre y las sentía y controlaba tanto como cualquier otra extremidad de su cuerpo.

Se le doblaron las rodillas y sintió la necesidad de sentarse en el suelo, sin poder apartar la vista de esas dos cosas que, a sus 22 años, habían surgido de su espalda y habían pasado a formar parte de ella.

Noche de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora