Capítulo uno

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Bajó las escaleras del edificio de dos en dos, con los tacones que había llevado la noche anterior en la mano.

Nada más levantarse él le había empezado con la excusa de que tenía que ir a trabajar -obviando el hecho de que era domingo- y Abril no necesitó más excusas para salir de aquel apartamento minúsculo de soltero. Le había prometido que la llamaría, pero ella, sabiendo que probablemente eso no era verdad, no le había dado su número real.

Cuando llegó a la calle se puso los tacones, se arregló un poco el ajustado vestido y se peinó con las manos el pelo. Volver a casa con la ropa de la noche anterior era otro tópico que le encantaba.

Paró el primer taxi que vio y se subió en él para ir a casa. Olía a sudor y cigarrillos, y Abril pensó nostálgica en el pitillo que había tenido que lanzar por la ventana por culpa del gilipollas de esa noche. Tampoco ella recordaba su estúpido nombre.

El resto del día pasó sin pena ni gloria. Solitaria, mordisqueó trozos fríos de pizza mientras veía la tele aburrida. Sin embargo, por la tarde, los pinchazos de la espalda volvieron. Llevaba con el mismo problema desde pequeña y ni los médicos, los quiroprácticos, el yoga, o la acupuntura habían ayudado nada en el tema. La teoría que compartían es que era un dolor crónico que podía ser genético. Pero la madre de Abril había muerto en el parto y al borracho de su padre, con el que nunca había tenido una relación estrecha, le había perdido la pista al cumplir los 18 años, así que no tenía a quien preguntarle ni podía hacer nada por remediarlo.
Se masajeó como pudo las zonas a las que alcanzaba y fue a buscar algo de hielo a la nevera.

No obstante, mientras caminaba por el pasillo, un dolor más intenso que nunca, le atravesó la espalda como una corriente eléctrica y Abril cayó al suelo.

El calambrazo le recorría toda la columna, provocándole violentos espasmos incontrolables. No supo cuanto tiempo pasó retorciéndose en el suelo. Quizás fueran horas o minutos, pero se le hizo interminable. Sentía que algo la desgarraba desde dentro, como si su propia columna se hubiese cansado de estar dentro del cuerpo y hubiese decidido abrirse camino hacia fuera. Empezó a chillar a todo pulmón, con la esperanza de que alguien de ese viejo edificio, lleno de abuelos sordos, le oyera. Siguió gritando y sollozando mientras el dolor la cegaba, pero el mundo parecía sordo a sus problemas, como siempre.

'Voy a morir' pensó, convencida de que ese era su final, de que el fuego de su espalda la quemaría viva, o quizás sufriera un ataque al corazón, que latía desbocado por el pánico. Y justo en el momento que pensó que todo iba a acabar para ella, el dolor aumentó, sintiéndose como si le rajaran el espinazo, y luego paró de golpe. En ese momento, Abril se desmayó.

Noche de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora