Capítulo 13: La inexpugnable fortaleza de Skyhold

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-...De verdad, estamos muy agradecidos por su interés, Heraldo. Pero aquí ya tenemos todas las manos que necesitamos, es mejor que pregunte en otro lugar.

Eso mismo hubiese hecho si aquella no fuese la tercera persona a la que ofrecía ayuda. Después de romper tres pilares maestros y dos cristaleras, la mayoría de constructores rechazaban firmemente su cooperación. Y es que las obras en Skyhold habían avanzado a marchas forzadas gracias a que la noticia de la batalla contra Corifeus y los templarios rojos parecía haber llegado a todos los rincones de Thedas. Mercaderes de Orlais, las Marcas Libres y Ferelden llenaban cada rincón del patio principal con los carros ambulantes a rebosar de genero propio de sus tierras. Un considerable número de maestros de construcción, voluntarios y refugiados ayudaban en los trabajos más físicos y facilitaban la obtención de materiales y herramientas para acelerar la construcción de la fortificación. Jóvenes y soldados se presentaron ante Cullen dispuestos a unirse a las filas de la Inquisición, alentados por los rumores que circulaban sobre el dispuesto comandante que lideraba el ejército de la orden. Y todo en menos de dos semanas.

La esperanza y el regocijo volvía a inundar cada rincón del fuerte, y aunque los caídos jamás serian olvidados, las nuevas ilusiones y la seguridad de un lugar como Skyhold, así como poder ver el inminente crecimiento de la Inquisición, devolvía la sonrisa a los residentes del lugar.

Ali resopló con desgana mientras recorría una vez más los exteriores del castillo. Estaba verdaderamente aburrida, pues acostumbrada a las constantes expediciones o responsabilidades que frecuentaba, aquella paz transitoria la estaba poniendo verdaderamente nerviosa. Todos los propósitos de la orden se habían detenido, y a pesar de que insistió a sus consejeros sobre la más que probable actividad de Corifeus, priorizaron la remodelación de la fortaleza y la instalación de las gentes al apremiante contratiempo con la emperatriz de Orlais.
Ali lo entendía, pero también le cabreaba sentirse inútil.

Dando vueltas por la zona, la joven vislumbró al comandante instruyendo a nuevos reclutas mientras hablaba con uno de los agentes de Leliana. La muchacha sonrió; si no le dejaban ayudar, al menos podría practicar con la espada (O molestar a Cullen).

El comandante no se percató de su cercanía hasta que la chica golpeó el brazo del hombre deliberadamente.

-Heraldo – Cullen suspiró con pesadumbre – ¿Que necesitáis?

-¿No he abierto la boca y ya estas quejándote? – Bufó, visiblemente molesta.

-No me he quejado, pero os temo cuando os veo aburrida. Casi tanto como a Sera con una tarta en las manos – Explicó el hombre.

-Pues no estoy aquí porque quiera. Nadie necesita mi ayuda y he pensado que...

-No – Cullen cortó la frase antes de que la muchacha terminase de hablar– Ya hemos hablado de esto, y la respuesta sigue siendo no.

-¡Pero Cullen! – Ali agitó los brazos en señal de enfado – Ya te dije que conozco las nociones básicas de la espada. Mi madre me enseñó.

-Y yo ya os dije Heraldo, que practicas con espadas de madera a los cinco años no son nociones básicas – El hombre volvió a suspirar – Mira, no es que no quiera enseñaros, es que llevamos grandes demoras en el entrenamiento de los nuevos soldados, y necesito que estén listos antes de volver a las expediciones. Vos requerís toda mi atención y eso retrasaría al grupo.

Ali frunció las cejas en silencio, observando con gran enfado a su compañero, que a su vez le devolvía la mirada con expresión impasible.

-No sé porque no me dejaste morir congelada en Refugio si te caigo tan mal – Gruñó la joven.

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