Capítulo 2: El color de la liberación

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El repicar del agua sobre el acero fue lo que finalmente le despertó. Abrió los ojos lentamente y pestañeó desorientada y adolorida. Tardó unos instantes en darse cuenta de que se encontraba en una especie de celda, atada con grilletes y la túnica hecha jirones. Tampoco llevaba el parche que normalmente cubría su ojo izquierdo y el escozor que sentía por varias partes del cuerpo y la cara revelaban algún que otro rasguño.

No recordaba absolutamente nada, había llegado al templo de las Cenizas Sagradas y tras eso, su memoria estaba completamente en blanco. No sabía porque se encontraba allí ni lo que había sucedido para hallarse en tal estado, pero la situación no pintaba nada bien.

El lugar estaba en completa penumbra a excepción de alguna leve zona iluminada por los rayos de luz exterior que penetraban a través de las aberturas del techo y paredes de roca. El frío glacial recorría cada rincón de la sala, llegando hasta la muchacha que sentía como el aire acariciaba la piel desnuda que la túnica no lograba cubrir. El tiempo parecía transcurrir con desesperante lentitud mientras cada sonido retumbaba estrepitosamente en sus oídos ante aquel aplastante silencio. En varias ocasiones había gritado suplicando ayuda, pero nadie respondía ante su llamada, a pesar de que se vislumbraban siluetas tras los gruesos barrotes del calabozo.

Después de varias horas, la esperanza de la muchacha por ser rescatada parecía haberse desvanecido por completo, tan solo esperaba en silencio oyendo el acelerado latido de su corazón.

Cuando la luz que penetraba por los resquicios de las grandes rocas que formaban las paredes cambió de posición dirigida por el sol que se elevaba hacia el sur, un gran estruendo similar al sonido de una puerta de acero abriéndose y colisionando contra el muro, retumbó por todo el lugar. Unas voces nerviosas surgieron de la nada, aproximándose rápidamente hacia su posición.

El corazón de la joven resonó aún con más fuerza. No podía distinguir el número de individuos, ni siquiera lo que éstos decían, pero era muy claro por el tono de la conversación, que se trataba de una acalorada disputa. Se sentía aturdida tras tantas horas en el mismo lugar, a oscuras y con el cuerpo entumecido por la humedad, pero a pesar de ello, sus sentidos estaban alerta.

Cuando finalmente el rumor de las voces llegó hasta la entrada de la celda, la discusión se apagó repentinamente dejando tras de sí leves gruñidos de desaprobación que no pasaron desapercibidos.

Fue entonces cuando la puerta se abrió de par en par y tres figuras desconocidas irrumpieron en el lugar. Dos de ellos avanzaron y se posicionaron en lugares visiblemente iluminados, pero el tercero quedó rezagado tras una gran columna, escondido entre las sombras.

La muchacha se apresuró entonces a ocultar su ojo izquierdo con el flequillo. Estaba tan acostumbrada al parche que en ocasiones olvidaba que ya no lo llevaba. Con suerte, y rodeada de aquella oscuridad, no se darían cuenta de nada, pero si por un casual se percataban... Aquello no haría más que complicar las cosas.

Una mujer de oscuros cabellos, expresión severa y con una larga cicatriz en la mejilla, se acercó a ella y comenzó a dar vueltas a su alrededor. El repicar del acero de su pesada armadura resonaba en el silencio mientras apoyaba su mano derecha en la gran espada de hierro que colgaba de su cinto. La joven reconoció aquel gesto rápidamente, era una característica muy propia en los guerreros.

El otro individuo era un elfo, muy alto y delgado, que observaba la escena en silencio sin perder de vista a su compañera, a la que seguía de cerca con unos hermosos ojos grisáceos.

A pesar del miedo y nerviosismo que sentía, la joven no pudo evitar sentir cierta curiosidad por aquel misterioso individuo. No era la primera vez que veía a un elfo, tanto en su ciudad natal como en el círculo de dónde provenía, había montones de ellos, pese a que eran los llamados "elfos de ciudad". Pero él parecía distinto. En su rostro no se vislumbraban signos de ningún vallaslin, y sin embargo, transmitía una extraña sensación, distinta a todos los demás elfos que había conocido hasta el momento. Una sensación mágica de confianza y tristeza.

Dragon  Age: Nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora