Capítulo 29

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—¿Qué? ¿Có-cómo? –preguntó Bellatrix sintiendo un escalofrío.

—Me dijiste que no te gustó que los dragones vivan encerrados. Los liberamos y que hagan su vida –respondió Grindelwald con simpleza.

La chica lo miraba como si se hubiera vuelto loco. Claro que la idea la excitaba, no solo por los animales, sino por el riesgo y la emoción de llevarlo a cabo. Pero se le ocurrían múltiples impedimentos. El principal era que ahí había docenas de trabajadores que igual no estaban de acuerdo... Y así se lo comentó a su profesor.

—Es la una de la mañana –constató él—. Los dragonologistas, según me contó Mathew, duermen en una especie de motel ruinoso en la zona mágica de Edimburgo donde mañana debería ser la exposición. Los únicos que pernoctan aquí son los cinco guardias de seguridad y la junta directiva: Stanescu y media docena de sus colegas. Tienen varios bungalows de lujo en una zona resguardada más allá de las jaulas. Los dragones son una inversión tan fuerte que no los dejan solos ni un minuto.

—Eso son doce personas. Y supongo que serán buenos con sus varitas, no sería fácil aturdirlos a todos.

—Más que buenos son brutos... —murmuró Grindelwald— Pero yo no he hablado de aturdirlos, señorita Black. Son gente que hace daño a los dragones y ni siquiera son de sangre pura. Considero que convendría ser más... eficaz para no dejar pruebas.

Bellatrix parpadeó varias veces preguntándose si estaría soñando o bajo el influjo de algún maleficio. ¿Grindelwald le estaba ofreciendo liberar dragones y matar humanos? No parecía querer expresarlo tan claro, pero deducía que la idea era esa... ¿¡Pero a qué clase de profesores contrataba Dumbledore!? ¿Y si era una trampa? Quizá pese a todo Grindelwald y Dumbledore estaban aliados contra Voldemort y querían tenderle una emboscada para meterla a Azkaban y eliminar así a sus partidarios. Aunque sonaba demasiado retorcido...

—¿Pero Stanescu no era su amigo? ¿No pretendía hacer negocios con él? –pregunto escéptica.

Grindelwald se encogió de hombros.

—No me cayó en gracia. Anoche creyó que la dragona te iba a carbonizar y no hizo nada por evitarlo. Tengo más socios con los que hacer negocios.

Bellatrix guardó silencio calibrando sus palabras. Unos densos nubarrones ocultaban la luna y no había ninguna iluminación en varios kilómetros. Pero aún así, sentía cómo Grindelwald escrutaba su rostro. Fue él quien habló de nuevo:

—Quizá me he equivocado, no pretendo obligarte a hacer nada, no debes demostrarme nada. Si quieres que volvamos al castillo o...

—¡No! –exclamó Bellatrix de inmediato— ¡Tenemos que liberarlos! Es solo que...

—Dime –la alentó él.

—No sé cuándo parar. Si empiezo a... hacer justicia con esos maltratadragones no pararé hasta que no quede ninguno. Y preferiría no ir a Azkaban...

—Así es como deben hacerse las cosas, señorita Black. Cuando empiezas algo, lo terminas –sentenció él—. Descuida, nadie sabrá que hemos sido nosotros. Solo necesito que confíes en mí. ¿Lo harás?

A Bellatrix le desquiciaba que le hablara de usted y de tú en el mismo párrafo; le desquiciaba y le encantaba. Su profesor causaba ese efecto en ella. Así que decidió arriesgarse y asintió.

—Entonces no perdamos más tiempo. Es el momento perfecto, con el cielo tan nublado los dragones podrán huir sin ser vistos. Usa el encantamiento desilusionador y si quieres decirme algo una vez entremos al área de protección, métete en mi mente, ¿de acuerdo?

"De acuerdo" respondió ella dentro de su cabeza. Ambos ejecutaron el encantamiento y se volvieron invisibles. Grindelwald le dio las últimas indicaciones:

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora