Capítulo 41

315 50 79
                                    

—¿Perdón? –replicó Grindelwald con incredulidad— Después de lo que te costó conseguirla... ¿quieres que le devuelva a Albus la piedra filosofal?

—Exacto –confirmó Bellatrix tranquilamente.

—Pero, ¿por qué? ¿Te da miedo que Voldemort descubra que te la quedaste? Entiendo que no la quieras, pero así no obtienes ningún beneficio...

—En primer lugar, sí la quiero. He elaborado litros del elixir durante estos días, también he transformado piedras en pepitas de oro y, además, he usado un cuchillo de diamante para cortar una esquina. La piedra funciona igual, Flamel y Dumbledore pensarán que es un desperfecto sufrido durante el robo. A mí me basta con ese pedazo para seguir creando elixir o fabricar oro en caso de necesitarlo: lleva más horas que hacerlo con la piedra entera, pero funciona igual. Así que sí que me beneficio.

—¿Y en segundo lugar? –preguntó él mirándola con fascinación sin adulterar.

—En segundo lugar, le vas a decir que cuando Minerva te contó lo del robo fallido, la historia te sonó extraña. Investigaste por tu cuenta, en los lugares a los que vas y con tus contactos misteriosos, y al final diste con un mago que pretendía venderla en el Callejón Knockturn. La recuperaste y ahora se la devuelves a su legítimo dueño.

Grindelwald la contemplaba con la boca a medio abrir, parpadeando con cierta incredulidad.

—Puedes cambiar lo que quieras, a ti se te da mejor inventar historias y embaucar a la gente –comentó Bellatrix—. Pero en cualquier caso, después de semejante prueba de lealtad, dudo que Dumbledore te obligue a quedarte aquí un año más contra tu voluntad.

La joven había diseñado todo el plan con ese objetivo: que le sirviera a Grindelwald para lograr su preciada libertad. Si el director no confiaba en él tras devolverle una piedra que ni siquiera sabía que habían robado, no lo haría nunca. Jamás creyó que pronunciaría esas palabras, pero Grindelwald murmuró:

—No... no sé qué decir... ¿Estás... estás segura?

—Claro. Ya te he dicho que no la necesito –respondió sonriente.

Él asintió lentamente oscilando su mirada de la piedra a su alumna.

—Muchísimas gracias, Bellatrix. Lo que esto significa para mí... Lo que tú significas para mí... —murmuró sin llegar a terminar las frases— Te quiero. De verdad.

—Más te vale. Con lo que me darían por esa piedra podría comprarme veinte yates.

—Tendrás todos los yates que quieras –aseguró él con gravedad.

Estuvieron un rato bromeando y puliendo los detalles del plan. A Bellatrix le pareció bien y Grindelwald parecía seguir sin creer que alguien obrara de forma tan desinteresada para ayudarlo. Solo había un inconveniente:

—Albus me vigilará de cerca unos días, quizá sospeche que hay truco y querrá asegurarse de que no me reúno con nadie ni hago nada extraño —elucubró Grindelwald—. Me temo que tendremos que suspender la clase de los jueves y no vernos fuera de las clases...

—Vaya asco –replicó Bellatrix enfurruñada—, entonces devuélveme mi piedra.

—Ven aquí –murmuró Grindelwald sonriendo y tendiéndole su brazo.

La chica se levantó y se acomodó en su regazo apoyando la cabeza en su hombro. Él la abrazó y le acarició el pelo con cariño. Pronto Bellatrix se quedó dormida en sus brazos y así estuvieron durante hora y media. Era el mejor castigo que le habían impuesto. Al final tuvo que levantarse para seguir con su jornada. Le besó y recogió su mochila. Grindelwald tomó la piedra en su mano y le preguntó:

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora