Capítulo 43

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El viernes Bellatrix se levantó de mala gana. No tenía ninguna gana de que llegara la tarde y con ella su ceremonia de graduación. Lo único positivo era que podría irse a casa esa misma noche y, con un poco de suerte, su profesor favorito acudiría también. Terminó de preparar su equipaje y avisó a Didi para que lo llevase directamente a la Mansión Black. La elfina estaba muy emocionada por volver a tener a su ama en casa.

—Te voy a echar de menos –murmuró Eleanor a medio día mientras comían juntas en su habitación por última vez.

—Es solo una semana, Nell. La siguiente acabarás los exámenes, tendrás vacaciones e iré a verte todas las semanas.

—Todos los días –la corrigió su amiga frunciendo el ceño.

—Todos los días, escarbato, todos los días.

Eleanor asintió satisfecha. Cuando terminaron, la ayudó a vestirse y peinarse. Los alumnos debían llevar las túnicas del colegio, lo cual a su compañera le parecía una aberración estética.

—Yo no pienso ir a la mía si no puedo ponerme un vestido bonito –aseguró Eleanor mientras la peinaba.

—Igual hacen la excepción por ti –sonrió Bellatrix.

Se despidió de Eleanor que se preparó para ir al coro y se reunió con sus compañeros. Rose y Dolohov estaban visiblemente nerviosos, mientras que Rodolphus y Mulciber tenían el rostro exento de toda emoción, como si una situación tan infantil no fuese con ellos ahora que eran adultos. Ninguno se presentaría a los EXTASIS, así que no tenían esa responsabilidad. La ceremonia iniciaba con Hagrid yéndolos a buscar y conduciéndolos a los botes que los llevó al castillo durante su primer año. Una vez en las embarcaciones, rodearon el castillo mientras de fondo se escuchaba entonar al coro.

Contemplando el reflejo del castillo sobre el agua, Bellatrix rememoró lo vivido durante aquellos siete años: las clases, los exámenes, las discusiones, los compañeros... y no sintió nada. Algunos alumnos, como Rose, intentaban camuflar las lágrimas de emoción; otros lloraban abiertamente por la tristeza de abandonar el que había sido su hogar durante casi la mitad de su vida. Pero Bellatrix no, ella no logró experimentar emoción alguna. Nunca llegó a ser feliz en Hogwarts; solo en el último curso y no por motivos académicos... Deseaba marcharse y empezar una vida de verdad, una en la que pudiera ser realmente libre.

—Muy... muy bien –indicó Hagrid más emocionado que nadie sonándose con un pañuelo del tamaño de un mantel—. Ya hemos llegado, id saliendo con cuidado. No queréis daros un baño el último día, ¿eh?

"Qué poca gracia ha tenido siempre este hombre" pensó Bellatrix subiendo a tierra firme. Estaban en los terrenos exteriores de Hogwarts, junto al lago y cerca del Bosque Prohibido. Entre los árboles, thestrals y centauros contemplaban la ceremonia. Había largas hileras de sillas blancas repletas de brujas y magos —familiares de los graduados— y al frente un amplio escenario decorado con los estandartes de las cuatro casas. Al frente estaban McGonagall y Dumbledore y tras ellos el resto de profesores. En otra tarima lateral se situaba el coro dirigido por Flitwick. Bellatrix aguzó la vista, pero no distinguió a su amiga.

Los alumnos se pusieron en fila por orden alfabético y recorrieron el pasillo central hasta ocupar las primeras filas, reservadas para ellos. Una vez sentados todos, Dumbledore tomó la palabra:

—Otra promoción que se nos va, otra nueva generación de brillantes magos y brujas que llevarán para siempre con ellos una parte de Hogwarts. Tenéis por delante toda una vida de éxitos y también de luchas, para las que, espero, hayamos contribuido a prepararos.

El discurso siguió varios minutos y, de nuevo, varios alumnos lloraron, también algunos familiares (los que no eran de sangre pura, esos mantenían la sonrisa hipócrita y las joyas tintineando). Bellatrix apenas lo escuchó. Se entretuvo mirando a Grindelwald. Pese a que se hallaba al fondo del escenario junto al resto de profesores, destacaba sobre todos ellos, era sin duda el más elegante. Lucía un exquisito esmoquin oscuro en contraste con su pelo rubio platino y sus ojos azules como el hielo. Si eso fuese el Olimpo, Zeus le cedería su trono. Su postura y su expresión eran perfectas, pero Bellatrix no dudó que se estaría aburriendo incluso más que ella. Cuando sus miradas se cruzaron él le guiñó el ojo discretamente y ella notó una manada de hipogrifos revoloteando en su interior.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora