Capítulo 66

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La reunión estaba resultando como Bellatrix había previsto: incómoda para ambas partes. Unos no tenían ganas de contar nada y los otros no sabían cómo chismorrear sin que se notara demasiado. Hubo prolongados silencios solo quebrados por las largas uñas rojo oscuro de Walburga tamborileando sobre la taza de porcelana. Cuando bien le apeteció, volvió a dirigirse a Grindelwald:

—Sabes, soy la presidenta del la junta de los Sagrados Veintiocho, lo soy desde hace veinte años —presumió Walburga.

—En Alemania el puesto de presidente es rotativo, cada dos años le toca a una familia —explicó Grindelwald—, así se evitan tiranías y disputas.

—Aquí también era así —aclaró Bellatrix—, hasta que le tocó a la tita. Alegó que se debía quedar en el puesto por el bien de todos y hasta ahora nadie ha osado replicarle.

—El zopenco de Abraxas lo intentó una vez, pero lo frené enseguida. Tuve que recordarle que sé lo de sus colecciones de arte muggle, no le conviene que circule la noticia de que sus antepasados fueron mecenas de esa subespecie... —comentó Walburga despectiva— Pero a lo que iba: debes venir conmigo a la próxima, Gellert, les encantará conocerte.

Bellatrix nunca había asistido a esas reuniones, no estaban autorizadas para menores de veinticinco. Se suponía que era para imprimirle un carácter adulto y solemne al acto, pero conociendo a su tía, a Bellatrix no le sorprendería cualquier motivo más escabroso. De cualquier forma, no pensaba permitir que mezclaran a su novio en nada ni que lo exhibiera como un trofeo. Así que antes de que él contestara, se adelantó:

—No, no lo hará. Es mío y no os lo pienso dejar ni un minuto— aseguró colocando la mano sobre la rodilla de él.

Walburga la miró, la contempló en silencio durante un largo minuto. Al final abrió los ojos con sorpresa y agitó los brazos.

—¡Por Salazar, estás enamorada de verdad! —exclamó casi con horror— No es por su apellido, ni por su fortuna, ni porque esté mejor que un whisky añejo... ¡es que de verdad le quieres!

—Sí, le quiero —respondió ella con simpleza encogiéndose de hombros—. Si además pertenece a la familia más importante de Centroeuropa, es el más guapo del mundo y también el más poderoso, pues no me quejo.

Mientras sus tíos la miraban con incredulidad por una declaración que para un Black resultaba casi obscena, Grindelwald se giró hacia ella y la besó. Se besaron como si estuvieran solos (aunque horrorizar al público también tenía su gracia). Cuando Bellatrix le acarició los abdominales no tuvo duda de que su tía estaría rabiando de envidia. Solo se detuvieron cuando escucharon un grito de dolor de Orión.

—¿Qué es eso? —exclamó el hombre con voz desmayada.

Intentaba sacudirse algo que se había enganchado a su pierna y le estaba succionando la sangre.

—¡Antonio! —exclamó Grindelwald furioso— ¡Ven aquí ahora mismo!

—No es culpa suya, lo habrá confundido con un cadáver —comentó Walburga sorbiendo el té despreocupada.

Aguantando la risa, Bellatrix se levantó y recuperó al chupacabra. Al momento Grindelwald se disculpó con Orión por el inexcusable comportamiento de su mascota, pero Walburga le quitó importancia y aseguró que no era nada.

—Ahora cuéntame tus planes, querido. Había oído hablar de ti y tenemos algún conocido en común —le pidió Walburga con una sonrisa.

Era verdad y ese tema les interesaba a todos. En esa ocasión él no mintió. Le refirió a grandes rasgos sus planes por Europa, sus ideas sobre la supremacía de los magos y su labor reclutando seguidores. Tuvo mucho cuidado en incluir a los sangre sucia y traidores en el mismo grupo que a los muggles. La mujer le escuchó con suma atención. Cuando terminó, le dio consejos e incluso nombres de contactos suyos que le apoyarían económicamente. A Grindelwald le sorprendió la lucidez que mostraba cuando lo deseaba y tampoco perdió detalle. Walburga dio ese asunto por dirimido y pasó al siguiente:

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora