Capítulo 16

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El jueves Bellatrix se levantó inquieta. Su vida ya era complicada desde que nació mujer en la familia Black, pero desde que los tres grandes magos del mundo mágico pugnaban por darle clases particulares todo se había descontrolado. Se duchó, se miró al espejo durante unos minutos intentando calmarse y después bajó a desayunar.

-¡Hoy tenemos paquete! –exclamó Rodolphus ilusionado.

El padre de Eleanor seguía enviándole a Bellatrix dulces y empanadas de su pastelería y Rodolphus juzgaba que aunque aún no estuvieran casados, le correspondía al menos la mitad. Bellatrix solía discutir con él, pero siempre terminaba por dejarle disfrutar.

La mañana pasó agónicamente lenta hasta que llegó la clase de Defensa. La sesión de ese día fue meramente teórica, pero aún así el profesor hizo un par de demostraciones. Bellatrix no quitó ojo de su varita. Era diferente a todas las que había visto antes y exacta a la que había descubierto en las ilustraciones de los magos de la Edad Media. Tuvo que obligarse a mirar al perfecto rostro de Grindelwald de vez en cuando para que no sospechara. Pero terminó la clase casi segura de que aquel hombre poseía la varita de la Muerte.

Durante la comida sus nervios se incrementaron, pues al terminar tenía su primera clase con Dumbledore. Esperó a que el director se retirara de la mesa presidencial y entonces les comentó a sus compañeros que se marchaba a la biblioteca.

-Nosotros vamos a ver los entrenamientos de quidditch, este sábado jugamos contra Gryffindor –comentó Rose.

-Estupendo –respondió Bellatrix a la que pocas cosas le interesaban menos.

Le resultaba casi absurda la diferencia de inquietudes respecto a sus amigos. A ellos les preocupaban los deberes, los partidos de quidditch y tener pareja para ir a Hogsmeade. Ella por el contrario temía que Dumbledore (el mago más respetado del Mundo Mágico) intentase manipularla, que Voldemort la torturase por serle infiel con sus dos rivales y que Grindelwald sospechase que conocía su secreto y la matase para evitar un motín. Siempre se había sentido especial y le encantaba ser la mejor y más aventajada de la clase, pero casi empezaba a desear tener una vida y preocupaciones normales. Podía haberse unido a los mortífagos al terminar el colegio y hasta entonces haber tenido una vida normal como sus amigos... Pero ya era tarde.

Mientras caminaba hacia el despacho del director acarició nerviosa el pasador del pelo. Había empezado a usar la flor que le dio la madre de Eleanor; no tanto para protegerse de los hechizos localizadores sino como talismán, para conseguir una falsa sensación de confort y evitar volverse loca. Llevaba eso, el colgante de cuervo, el anillo de los Black y el anillo de los Gaunt; esperaba que alguno actuara como amuleto de la suerte... Respecto a ese último y dado que Dumbledore sabía de su relación con Voldemort prefirió ocultarlo. Se lo quitó de la mano y lo metió de nuevo al bolsillo de su túnica. Pero en cuanto perdió el contacto con él empezó a inquietarse. Bajo ninguna circunstancia debía perderlo. Lo recuperó y se lo metió en el sujetador.

-De ahí no te escapas –murmuró satisfecha.

En ocasiones le parecía que la joya tenía incluso su propio latido. "Me estoy volviendo loca... Bueno, yo no, ¡me están volviendo loca, que es muy diferente!" pensó con rabia. Aún así tomó aire y subió al despacho del director.

-Buenas tardes, Bellatrix, ¿qué tal la comida? ¿No te ha parecido que el pavo estaba hoy especialmente delicioso?

-Pregúntele a Rodolphus, que se ha comido mi ración, la suya y la de Rose –gruñó la bruja dejándose caer sobre la silla.

-Ah no, no te sientes, ven conmigo.

El director la condujo a un lateral. Bellatrix se fijó en que el polluelo grisáceo se había convertido en un pájaro del color del fuego con reflejos dorados que reposaba en un perchero. "Es un fénix" pensó sorprendida. Pero no era eso lo que el director quería enseñarle. Sobre una pila de piedra descansaba un pensadero con runas exquisitamente talladas.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora