Capítulo 20

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Desde que Dumbledore le mostró a Bellatrix el recuerdo de cómo Grindelwald le manipuló de joven para que le ayudara con sus planes y con qué rapidez huyó en cuanto hubo problemas, ya no se fiaba tanto de él. Pero descubrir que lo que despertó su interés en ella fue su varita destruyó por completo su confianza. Por eso accedió a darle clases particulares y era la única a la que se esforzaba al enseñarle cosas. Durante esos días, haciendo un repaso de sus recuerdos (sus habilidades legilimanticas siempre ayudaban) recordó una de las primeras conversaciones que tuvieron:

—¿De qué es el núcleo de su varita? Nunca he visto una tan trabajada – se había interesado ella.

—Yo tampoco había visto nunca una varita curva, señorita Black. La verdadera magia solo aflora en seres excepcionales –fue la respuesta de Grindelwald.

En su momento ella no se dio cuenta de que esquivó su pregunta, le emocionó pensar que su varita tenía algo especial al igual que la de su profesor. Se sintió muy feliz. Ahora sin embargo esa conversación suponía la confirmación de que Grindelwald conocía las promesas que ocultaba. Si Dumbledore lo sabía y Voldemort también, el tercero en discordia no se quedaría atrás. Y eso le dolía, porque si se lo hubiese contado hubiera sido muy diferente...

—Dudaba a quién elegir entre ellos dos y resulta que el único que me ha contado la verdad ha sido el estúpido Dumbledore –masculló con rabia.

Los magos oscuros le referían lo justo para tenerla contenta y bajo control, pero se guardaban sus secretos para manipularla. Además no era nada malo, a ella le hubiese encantado saberlo: ¡su varita semejante a la de las grandes brujas oscuras, qué más podía desear! Si sus intenciones hubiesen sido transparentes se lo hubiesen contado. Pero no, ambos quisieron hacerle creer que la elegían porque le tenían cariño y la consideraban excepcional y no porque tenían una garantía de éxito para aprovecharse de ella más adelante.

Se sentía más sola que nunca. Sus amigos ya eran tan solo cómplices, Voldemort un mestizo manipulador (qué podía esperar del hijo de un repulsivo muggle) y el profesor con el que disfrutaba aprendiendo y coqueteando era aún más rastrero. Su mayor ambición siempre fue unirse a Voldemort: ¿esto cambiaba algo? Ya no tenía tantas ganas de tomar la marca...

En realidad no tenía ganas de nada. Lo peor es que era miércoles, al día siguiente tenía clase nocturna con Grindelwald. Pensó en cancelarla como había hecho él en un par de ocasiones alegando exceso de trabajo, pero no deseaba anular la de esa semana, sino el proyecto completo. Y no se sentía con fuerzas. Porque por supuesto no iba a explicarle los motivos que él mismo le ocultó. Fue el profesor quien le dio pie tras terminar su sesión del jueves:

—No sé si la semana que viene podremos quedar, estoy ahora con un par de proyectos –comentó Grindelwald—. Te avisaré si no puedo.

Si pretendía que le preguntase por sus proyectos, Bellatrix no lo hizo. Probablemente tampoco se lo hubiera contado... En lugar de eso respondió de inmediato:

—No se preocupe, lo anulamos durante un tiempo. Yo estoy sobrepasada con las asignaturas, quiero sacar Extraordinario en todos los ÉXTASIS. Entre eso y mis proyectos propios, me falta tiempo para estudiar.

Le habló de sus "proyectos" solo para devolverle el golpe, pero aún así era cierto: sus proyectos con Voldemort le quitaban tiempo. El profesor la miró sin lograr ocultar su desconcierto (pero sí su decepción, en caso de que la hubiera). Le extrañó que quisiese esa noche para estudiar también, pero sus motivos sonaban sólidos y no osó cuestionarlos. Además ya llevaba unas cuantas semanas notándola más baja de ánimo. Aunque seguramente no sospechaba que tuviese que ver con él.

—Por supuesto. Tus estudios son lo primordial –respondió con firmeza—. Si cuando te hagas con todo quieres que lo retomemos y encuentro algo de tiempo, podemos hacerlo.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora