Capítulo 78

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—¿Gellert? ¡Gellert! —gritó Bellatrix por el pasillo— ¡Ge...! ¡Antonio! ¡Que me atropellas!

El chupacabra ya dominaba su alfombra voladora y se pasaba el día recorriendo la fortaleza sobre ella. Le encantaba deslizarse a gran velocidad y si pillaba desprevenido a alguien, el susto se lo llevaban.

—¿Sabes dónde está...?

No pudo terminar la pregunta porque Antonio ya había desaparecido por la esquina del pasillo. Sin embargo, ahora que se habían reconciliado, no se separaba mucho de su dueño. Así que Bellatrix siguió el camino por el que lo había visto aparecer. Llegó a una de las salas de lectura pequeñas, sin ventanas ni decoración; eran las favoritas de Grindelwald porque así evitaba distracciones. Lo encontró leyendo muy concentrado.

—¡Llevo una hora buscándote! —protestó Bellatrix— Ya se han ido todos, le he prometido a Nellie que, como tarde, los visitaremos en primavera.

—Lo lamento, Bella, estoy muy centrado en esto.

—¿Un estúpido libro es más importante que yo?

—Es el cuaderno que escribiste tú —replicó Grindelwald burlón.

—Ah... Bueno... Entonces supongo que te perdono... ¡Mira mis botas!

Llevaba unas preciosas botas de pelo blanco tremendamente cálidas. Las había fabricado transfigurando las piernas de yeti que le regaló Antonio.

—Dentro del castillo dan demasiado calor —reconoció—, pero me encantan.

—Te quedan muy bien —murmuró él sin apenas mirarla.

—¡Gellert, ya está bien! —protestó Bellatrix arrebatándole el cuaderno— ¡Préstame atención o no te lo devuelvo!

Grindelwald la hizo sentarse en su regazo y sonrió. Acarició su cintura mientras le besaba el cuello con delicadeza y pronto a la joven se le pasó el enfado. En cuanto vio que había logrado suavizar su ánimo, el mago recuperó el cuaderno y volvió a centrarse en él. Bellatrix puso los ojos en blanco. Observó que Grindelwald tenía un pergamino en el que iba anotando cosas.

—¿Estás tomando apuntes? —preguntó divertida.

—Sí, las personas que debo matar. Cada vez que nombras a un mago que fue amable contigo, apunto su nombre para estar seguro de ser el único.

Bellatrix se echó a reír mientras comprobaba la lista de nombres.

—Este es un anciano de ciento cincuenta años —comentó divertida—, me gustan mayores, pero no tanto...

—Era, Bellatrix, era un anciano. Ahora está muerto —comentó él con calma sin levantar la vista.

Bellatrix sonrió divertida... hasta que empezó a pensar que podía ser verdad. Iba a preguntar cuando vio que Grindelwald cerraba los ojos y se le cortaba la respiración repentinamente. No le dio tiempo a asustarse porque apenas duró unos segundos, pero aún así se sobresaltó:

—¿Qué ha pasado? ¿Has tenido otra visión?

Grindelwald asintió lentamente, recuperándose y ordenando sus pensamientos.

—¿Y qué era?

—Nada significativo —respondió él varios segundos después—. Escenas de guerra, me vienen constantemente. Aunque desde que comentamos que probablemente son visiones de otras vidas y no tienen por qué sucederme, les presto menos atención.

Bellatrix asintió poco convencida. Quería saber más de la visión, pero el mago volvió al tema que le interesaba. Abrió el cuaderno por una de las últimas páginas y le indicó:

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora