Capítulo 40

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Bellatrix sintió como si se cayera de la escoba y se estampara contra el suelo al volver a Hogwarts. Pasar un día fuera con Grindelwald como una pareja normal había sido verdadera magia. Ya añoraba esa sensación. Además, cuando llegó a su dormitorio, Eleanor no estaba; siempre la animaba charlar con ella. Debía estar con sus amigos y después iría a cenar, así que tardaría en volver. Bellatrix se entretuvo examinando la piedra filosofal. Apenas picoteó nada de cena cuando se la llevó su elfina, había desayunado y comido de maravilla.

—Didi, ya te puedes llevar los libros de genealogía mágica, solo necesito este –indicó separando el más antiguo del resto— ¿Y me podrías traer uno de los cuchillos de diamante del laboratorio de pociones de mi madre?

La elfina aceptó la pila de libros y respondió:

—La señora Druella se enfadará si se entera... Pero no se enterará, está muy ocupada con los detalles de la boda, pasa el día con los señores Lestrange, no habrá problema. Mañana Didi se lo dejará en la mesa cuando le limpie la habitación, señorita Bella.

Bellatrix asintió entre satisfecha y molesta por el dato sobre su boda. Debía encargarse de eso... La elfina se marchó. Ella terminó de experimentar con la piedra, la guardó y acudió como siempre al cuaderno con las enseñanzas de Morgana. Se había convertido en una parte de ella, casi nunca se separaba de él. Lo había leído y releído decenas de veces y sabía que le quedaban mil más para ser capaz de asimilar siquiera la mitad. Pero aún así, notaba como avanzaba, como se empapaba de sus enseñanzas y su aura mágica se hacía cada vez más poderosa. Morgana explicaba incluso cómo disimular el aura mágica, como hacer que resultase inofensiva para engañar a los magos que intentaran calcular su poder.

Había realizado también varios de sus rituales de purificación que la hacían sentirse cada vez más cerca de la bruja, no en poder sino en su alma, era como si fuese una vieja amiga que la iba guiando y ayudando en su camino.

—Ojalá pueda usar pronto todo lo que estoy aprendiendo... —murmuró sin dejar de leer.

Claro que lo practicaba a solas en la Sala de Menesteres, pero siempre sola. Ni a Grindelwald se lo había querido mostrar: él tenía sus secretos y ella los suyos, estaba bien así. Bellatrix sentía que era su arma secreta. Además, egoístamente no quería compartirlo con nadie (salvo con Sabrina, que fue quien encontró el libro): Morgana la había elegido a ella, el libro se había abierto con su sangre. Le pertenecía y por mucho que los admirara, ningún otro mago se beneficiaría de sus enseñanzas. Estaba tan embebida en la lectura que ni siquiera escuchó la puerta.

—¡Bella! –exclamó Nellie lanzándose sobre la cama para abrazarla.

—¡Nell, qué susto me has dado!

Bellatrix la abrazó también y rodaron juntas por la cama. Seguidamente la joven le exigió que le relatara cada detalle del viaje. Ella la complació y Eleanor la escuchó fascinada sin dejar de hacer comentarios. Al final sentenció que ella también quería un novio millonario.

—Pero me dijiste que no quieres casarte y renunciar a tu libertad...

—¡Claro que no, no lo quiero para casarme! –replicó su amiga como si aquello fuese una locura enorme— Solo para que me lleve en yate, tengo un vestido que perfecto para ir en yate...

Bellatrix sonrió y recordó algo.

—Por cierto, te he traído un regalo.

Le entregó la diadema maldita que obligaba a todo el que la mirara a arrodillarse ante ella; ya no volvió a ver a Eleanor porque salió corriendo a la sala común para probar su nueva adquisición. Bellatrix sonrió satisfecha con su triunfo. Continuó su lectura y preparó los libros para el día siguiente. Muchas horas después, Eleanor volvió y la besuqueó con gratitud alegando que era el mejor regalo del mundo.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora