Mi primera vez

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Sharon era una chica como cualquier otra. Normalmente se le podía encontrar en su trabajo como mesera en un pequeño restaurante de comida rápida, donde, al igual que en cualquier otro restaurante del mismo tipo, su salario era corto y su horario extenso. Sin embargo, eso no le impedía intentar ser alegre. Desde que era una adolescente, supo que debía demostrar al mundo que ella iba a ser como quisiera, sin dejarse influenciar por otros y siendo libre a la hora de expresarse con sus palabras, su actuar y su forma de vestir. Incluso ahora, a sus 20 años, sus amigos disfrutaban su compañía ya que les animaba sus vidas con su peculiar forma de ser.

Por ello, cualquiera que entraba a aquel local de comida rápida y que de casualidad se encontrara con aquella chica, de aproximadamente 1.65 metros de estatura, pelo naranja como zanahoria, pecas en su rostro, lentes de aro grande y con una mirada suave pero confiada, quizá la verían y pasarían de lejos, no sólo por desconocer su personalidad radiante y singular, sino también porque a plena vista parecía una joven común y corriente.

Pero a veces las apariencias engañan.

Cuando Sharon cumplió los 18 años, sólo había tenido un noviazgo con un chico que asistía al mismo colegio que ella y cursaban en el mismo nivel. Aquel joven era tímido, lo cual en un principio le pareció atractivo a ella, pues le gustaba verlo sonrojarse cuando ella lo abrazaba o le tomaba la mano por sorpresa, incluso lo hacía cuando se besaban. Era el típico romance de secundaria, el primer amor. Pero, al pasar varios meses, esa timidez comenzaba a tornarse incómoda, pues era raro que él no se sintiera cómodo con la chica que le gustaba luego de tanto tiempo de noviazgo. A veces, ella se preguntaba si su novio realmente la quería o si se sentía atraído hacia ella. En otras ocasiones, intentaba hablar con él para poderlo comprender, pero el chico rehuía a las discusiones o simplemente se quedaba callado. Aún así, Sharon intentaba comprenderlo y no presionarlo mucho.

Así fue como un día, luego de una nueva discusión (si es que se le podía llamar así a un diálogo unilateral) que tuvieron al salir de clases, ella lo dejó atrás y corrió hasta su casa enojada y con mucha frustración, por lo que se encerró en su habitación a llorar. Luego de un par de horas, sonó el timbre de su casa, y ya que sabía que no había nadie más, se miró en el espejo para limpiar las lágrimas, arreglar su cabello y por fin salir a ver quién era. Al abrir la puerta, se topó con uno de sus compañeros, quien le daba la espalda probablemente mientras esperaba la respuesta de alguno de los habitantes de la casa.

--¿Sí?-- dijo Sharon, casi sin ánimos pues no deseaba ver a nadie conocido.

El chico se volteó y fue cuando nuestra protagonista descubrió algo que jamás había observado. A pesar de que nunca había fijado su atención en aquel compañero, esta vez notó que era bastante más alto que ella, con ojos café claro, cejas gruesas y una sonrisa de dientes perfectos adornando su cara.

--¡Hola Sharon!-- dijo aquel muchacho que, bajo el umbral de la puerta de entrada de su casa, se había convertido en hombre a los ojos de ella . --Disculpa que llegara sin avisar, te he enviado varios mensajes pero no respondías. Entonces vine a verte--

--¿Qué quieres Gabriel?-- respondió ella e inmediatamente reconociendo que estaba siendo grosera sin motivo alguno, lo que la hizo sonrojarse.

--Oh, bueno, no te quiero molestar, solamente vine a devolverte este libro-- contestó él mientras rebuscaba en su mochila y sacaba el libro en cuestión. --Lo encontré en una de las mesas de la clase luego de que todos se fueron y recordé que estabas sentada allí. Además, mi prueba definitiva, y con eso cierro el caso, es que tiene tu nombre, ¿ves?-- dijo mientras le mostraba el libro con una mano y señalaba un dibujo hecho a mano que se encontraba en una esquina de la portada hecho y que consistía en un gato con un nombre al lado: "Sharon".

Sueños, fantasías y otros secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora