Treceava pluma

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[Advertencia: posible contenido sangriento.]

Pandemónium


No podía contener los gritos, cada centímetro de su organismo ardía, no lograba moverse, todo era una avasallante oscuridad que amenazaba con cortar el delgado hilo que era su cordura. Oye más gritos, pero con la bruma dolorosa tapando sus sentidos, ni siquiera alcanzaba a suponer que habían otros igual que él.

Una convulsión lo ataca antes de que cese todo. La respiración errática y los repetitivos temblores no le permiten levantarse, solo se mueve sobre la tierra rojiza mientras tantea su cuerpo, queriendo verificar que sigue allí.

Tarda varios minutos en calmarse, hasta que alza los ojos, enfocando el mismo infierno. ¿Ha muerto? Cree recordar heridas, y al revisarlas, destellan las perforaciones de las flechas y la sangre seca, como si hubiese despertado en forma de cadáver o algo peor.

No recuerda una situación igual de extraña en toda su vida, en ningún pueblo, ni siquiersa en alguna leyenda de esas raras. Solo puede entender que está sobre tierra del Nether, y la teoría más lógica es que ha muerto.

—¿Hay alguien más? —oye el grito de una voz temblorosa.

—Hey —otro grito, de alguien más calmado, parece tratarse de Pol.

Fargan titubea mientras se pone de pie, mirando desconfiado las cascadas de lava que lo rodean sin llegar a tocarlo, una jaula ardiente. Cree sudar, pero también cree que su corazón ha dejado de latir.

—¿Alguien sabe qué coño ha pasado? —Greft suena asustado.

—¿Qué cojones? —murmura el híbrido de búho.

De pronto, la lava deja de escurrir en cascada, perdiéndose entre la tierra roja y dejando descubiertos brillantes barrotes violáceos. A la derecha de Fargan está Folagor, a su izquierda, Karchez. Parecen estar en una especie de pasillo con cárceles, pues entre los barrotes distingue más personas, todos con la misma expresión anonadada que en lugar de pertenecer a la más común sátira, podría ser una escena escrita por el mismo Stephen King; cada uno denota heridas fatales, como Biyín, dos celdas más allá con el cuerpo destartalado y algunos órganos —aún funcionales por el movimiento— asomando por su abdomen.

Fargan se fija más en Folagor, que lo mira casi aterrado, con una gran herida en el pecho, hecha claramente por una espada.

—¿Estamos muertos? —Karchez se aguanta las lágrimas, tembloroso mirando que le faltan trozos de piel y puede ver el radio asomar en su brazo derecho entre múltiples quemaduras.

Dos golpes atronadores acallan el bullicio que aparecía, y el rey hace su entrada. El propio lucifer sonríe a los recién llegados, gozoso de la verdadera maldad. Atrás suyo, una criatura angelical se halla pacífica. Un ying yang, porque el malo no puede ser del todo malo si se junta con el bueno, y viceversa.

—Caballero, ¿nos explica qué pasa? —Fargan se arrima a los barrotes, sin saber quienes son, y sin importarle demasiado, pues si no es el único allí, y quizá ni siquiera está muerto, además que en caso de estarlo, puede arriesgarse hasta tal punto.

Una risa de mil voces genera un miedo indescriptible en todos, hasta que desemboca en una sola, tan dulce como venenosa es la melodía que escapa entre los colmillos de Lucifer.

—La verdadera razón de la purga. El duelo de las almas para continuar en tierra —suenan más de tres idiomas, pero el español es el más notorio—. No os preocupéis, no estáis muertos aún.

Wings [𝐹𝑎𝑟𝑐𝑢𝑠]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora