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girl wonder Capítulo veintidós
Es algo sospechoso que mi madre me saque a toda prisa de la galería de arte y me meta en su coche como si no quisiera que nadie la viera. No me atrevo a preguntar por ello.
Mis manos no dejan de temblar. Los asientos de cuero blanco de su nuevo y reluciente BMW no son lo suficientemente cómodos como para aliviar mis emociones. Durante todo el trayecto, me hace preguntas sobre mí y se lo cuento todo. O, mejor dicho, todo lo que puedo contarle antes de que pasen treinta minutos y esté aparcando en el garaje de su edificio.
Cuando entro en su apartamento, se me cae la mandíbula al verlo. Está a unos veinte pisos de altura y sus ventanas tienen una magnífica vista de la ciudad. Sólo veo luces. A lo largo de kilómetros y kilómetros, pequeños puntos blancos, amarillos, rojos y azules brillan como polvo de hadas y se extienden hasta el horizonte.
-Por favor, siéntate en el sofá. Ponte cómoda-, insiste mamá. Así lo hago. Me hundo en los cojines, que son como nubes. El sofá está situado frente a un enorme televisor de pantalla plana y una chimenea de piedra gris, donde crepita un fuego.
Me ofrece té, vino, helado o lo que se me antoje, pero no quiero beber ni comer nada. Sólo quiero hablar con ella. Se lo digo y se sienta a mi lado, con una mirada tierna. Su postura es imposiblemente perfecta. Todo en ella es perfecto.
-Pregúntame cualquier cosa. Te debo contar todo-.
Dos décadas de preguntas pasan por mi cabeza y me cuesta empezar. La habitación da vueltas lentamente. Al final decido que la pregunta principal que tengo es:
-¿Por qué?-
No me explayo, no hace falta. Ella comprende inmediatamente y suspira con fuerza. Aprieta los labios durante un rato.
-Es complicado, y es difícil explicarlo de una manera que te haga entender por qué-. Vacila, mirando el suelo de mármol. -Simplemente... No estaba preparada para ser madre-.
¿Ya está? Ninguna disculpa, ningún detalle, nada. Había aprendido conceptos en la universidad que eran más fáciles de entender que las palabras de mi madre. Arqueo las cejas y me miro los dedos temblorosos. Algo no cuadra. Por alguna razón esperaba mucho más. Ni una sola vez intentó ponerse en contacto conmigo o con papá. Ni una sola vez nos buscó una vez que estuvo -preparada-.
-Has estado fuera durante veinticinco años. No dejaste a mi padre con ninguna forma de localizarte, ¿y esperas que crea que nos abandonaste porque simplemente no estabas preparado?- Mi voz se quiebra. -Me lo debes, ¿recuerdas?-
Pienso en las noches que pasaba tumbado en la cama, haciendo agujeros en el techo, imaginando lo que pasaría cuando conociera a mi madre. Me preguntaba si sería abrumadoramente alegre o increíblemente amargo. Hasta ahora, no es ninguna de las dos cosas.
