Eighteen.

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C

apítulo dieciocho


Hay una atmósfera extraña en el manicomio. No por su naturaleza, ni por el hecho de que esté vacío y lo único que ilumina los pasillos sea la apagada luz de la luna. Es familiar. Es la misma atmósfera que hace que se me ponga la piel de gallina y que me produzca escalofríos por todo el cuerpo cada vez. Hace frío, y de alguna manera puedo sentir su presencia magnética atrayéndome hacia ella. Eso no ocurrió cuando la conocí. Su poder está creciendo.

Detrás de un par de grandes puertas dobles, un cuerpo yace tendido en un charco de su propia sangre. Adamson. A unos metros, Rachel se queda mirando.

-¡Rachel!- Se da la vuelta al oír mi voz, su cara se transforma en un shock. Sin dudarlo, corre hacia mí y me abraza con fuerza. -¿Estás bien? ¿Dónde está Dick?-

-Kory, Gar y él están siendo torturados-, me dice, alejándose de mí. -Tengo que encontrar a mi madre-.

-¿Qué?- Mi voz sale pequeña y juro que mi corazón cae físicamente. Mi garganta comienza a cerrarse mientras mi mente imagina lo peor, pero estoy agradecido de haberme quedado en la casa segura. Sin embargo, un reloj empieza a contar en mi mente, burlándose de la posibilidad de que sea demasiado tarde para salvar a alguno de ellos.

Rachel se dirige al ordenador portátil situado en un gran escritorio de roble tallado en el fondo de la sala, donde teclea furiosamente. Me pongo a su lado cuando en la pantalla aparece un mapa del manicomio en el que hay una celda marcada con el número 732. Angela Azarath.

Rachel y yo compartimos una mirada antes de que ella coja una tarjeta llave del escritorio y salgamos a toda prisa del despacho. Ella se coloca la capucha sobre la cabeza y yo deslizo mi escudo sobre el antebrazo mientras nos apretamos contra la pared. Contengo la respiración cuando los guardias de seguridad se acercan a la puerta que hay detrás de la esquina en la que estamos, pero pronto sus voces se reducen al silencio una vez más.

Rachel desbloquea la puerta mientras yo vigilo. Una vez atravesada, nos dirigimos a un pasillo, damos unas cuantas vueltas y llegamos a otra puerta. Mientras tanto, mi corazón se acelera como si estuviera al borde de un precipicio.

A Rachel le cuesta respirar cuando por fin llegamos a la celda número 732. Duda un momento frente a la pesada puerta de hierro.

-Oye-, susurro, tomando su mano entre las mías. La aprieto suavemente. -Estaré aquí fuera-.

Asiente con la cabeza y respira profundamente antes de levantar la mano y escanear la tarjeta.

La celda apenas tiene espacio suficiente para dar más de tres pasos. No contiene nada más que un retrete y una única cama oxidada en la que se sienta una mujer acurrucada, de espaldas a la puerta, murmurando una melodía incoherente para sí misma.

girl wonder | dick grayson ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora