Soledad

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Caminé detrás suyo en dirección a la cocina, y despejó el taburete alto para que pudiera sentarme. Ahora podía alcanzarlo en estatura. La casa se ve tan apagada, le hace falta un poco más de color. 

—¿Qué prefieres? ¿Café o té?

—Café. ¿Puedo ayudarle? 

—No, no te preocupes. Tengo cafetera. 

El silencio fue incómodo, solo me limité a observarlo de espalda mientras caminaba de un lado a otro en busca de lo necesario. ¿Quién diría que me encontraría aquí? Pensé que solo vendría a disculparme y entregarle los cupcakes, pero ahora estoy aquí, a solas con alguien que no conozco bien, pero entretenida viendo la forma en que sus manos tiemblan en el proceso. Al menos me tranquiliza el hecho de no ser la única nerviosa. Probablemente no reciba muchas visitas. 

—¿Cómo lo prefieres? ¿Dulce o cargado? 

—Dulce, por favor— hice una pausa, y luego respiré hondo—. ¿Puedo hacerle una pregunta, sin ánimo de incomodar? 

—Claro.

—¿No le es incómodo tener esa máscara puesta? O sea, ¿puede ver bien con ella? ¿No le da calor? 

—Estoy acostumbrado a usarla casi todo el tiempo. A veces ni me doy cuenta cuando la tengo puesta. 

—Ah, entiendo. 

Trajo las dos tazas de café y las colocó en la barra, abriendo el envase donde traje los cupcakes y sentándose en el taburete del lado. No hacía gesto de comenzar, por lo que para romper el hielo, decidí coger uno primero, esperando que él también lo hiciera. 

—¿No va a comer?

—Sí. Solo estoy esperando que se enfríe un poco el café. 

—No tiene que mentirme. Si le incomoda que lo vea, me pondré de espaldas. A fin de cuentas, estos cupcakes los traje para usted y me gustaría que los disfrute con el acompañamiento del café. 

Se volteó hacia el lado contrario, levantando parte de la máscara y tomando en sus manos un cupcake. Aunque pude intentar mirar la severidad de sus quemaduras, decidí renunciar a esa curiosidad con tal de respetar su espacio y no hacerlo sentir mal. 

—Perdóneme. No quise hacerlo sentir en la obligación de hacerlo. 

—Ahora entiendo la razón por la cual le brillaban los ojos a tu abuelo al hablar sobre ti y sobre estas delicias que haces. Fueron hechos por ti, ¿verdad? 

—Sí. Fui yo quien los hice. 

—Gracias por el detalle. Está muy delicioso. Me trae muchos recuerdos de tu abuelo. Lo echo mucho de menos. 

—Yo también lo hago. Él era muy bueno. Cambió la vida de cada persona que entró en la suya. Vivo agradecida de haber sido bendecida con un padre-abuelo como él. 

—Gracias por haber venido. Se siente como si él estuviera aquí a través de ti. 

En ese instante capté lo que era más que evidente desde que crucé esa puerta; mi abuelo era su única compañía y todo este tiempo ha debido sentirse muy solo. Aunque aún no puedo entender el motivo detrás de su última voluntad, no es difícil darse cuenta que estaba obrando de buena fe. 

—¿No le molesta que venga a visitarlo más a menudo? Me gustaría conocerlo y, de ser posible y, si me lo permite, entablar una buena amistad. 

Prometo Amarte [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora