19.- Era cuestión de tiempo

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«El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida.»

Federico García Lorca

No hay demasiados estudiantes en el taller, somos cerca de diez personas esparcidas por la habitación, el silencio que envuelve la estancia es cálido, reconfortante

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No hay demasiados estudiantes en el taller, somos cerca de diez personas esparcidas por la habitación, el silencio que envuelve la estancia es cálido, reconfortante. Cada uno está inmerso en su labor.

El torno gira, y mantengo mi concentración mientras comienzo darle forma al bloque de arcilla.

—¿Habías hecho esto antes? —inquiere el profesor Jackson llegando a mi costado.

—De pequeño —respondo sin elevar la mirada—. Tomé un curso de verano, y lo hice por un par de años.

—Bueno, dicen que lo que bien se aprende nunca se olvida —dice y lo miro de reojo, mantiene una sonrisa en los labios antes de apartarse.

Mientras ejerzo presión sobre la arcilla, dándole la forma al jarrón, los recuerdos vienen, fue una de las pocas veces que papá permitió que la abuela me llevara por un par de semanas a West Haven, era verano y parecía ser que Margarita tenía una fascinación por los clubes que se impartían en el barrio, así que, sin preguntar, me inscribió a uno.

Fue divertido, era un curso relacionado con las artes, desde pintura, escultura, cerámica, y muchas otras actividades, pero a mis nueve años, la cerámica fue lo que me atrapó. Pasé gran parte del curso con la profesora, una mujer joven y bastante agradable que parecía entusiasmada de que un niño se tomara en serio su clase.

Cuando acabó, y le comenté a mi abuela lo mucho que me había gustado, me compró un pequeño kit para hacer cerámica. Un poco de arcilla y me dijo que, si necesitaba más, solo tenía que llamarla.

Cuando volví a casa, papá parecía no darle demasiada importancia, solía hacer diminutas figuras de arcilla, recreando las que la profesora y yo habíamos hecho durante el curso. Algunos jarrones que terminaban escondidos en mi habitación y todo cuanto se me ocurriera, mi abuela compraba los materiales y los traía a casa cada que venía de visita.

Hasta que un día, tuve la idea de practicar en la sala. Mala idea. Papá había salido, y creí que tardaría en volver, cuando la puerta se abrió y gritó por encontrarme en la sala, perdí el control sobre la arcilla y la masa se esparció por la alfombra, el torno seguía girando así que la arcilla consiguió llegar a un par de muebles.

Destrozó todo, desde los pinceles, las esponjas, el torno, hasta las pequeñas figuras que tenía hechas y estaban ocultas en la habitación.

Aplico más fuerza de la necesaria cuando los recuerdos se sienten más frescos, así que la arcilla entre mis manos pierde forma. Maldigo mientras detengo el torno y suspiro.

—Lastima, iba a ser un jarrón hermoso —volteo cuando alguien habla. Una chica me sonríe—. Intenta no pensar en demasiadas cosas, la atención en la arcilla.

Atracción mortal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora