xvii. birthday | sankey

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xvii. birthday

pair: sankey [haruchiyo sanzu x manjiro sano]

Ignora la suciedad derramada en su ropa, los restos carmín manchando sus brazos desnudos y los ligeros hematomas incrustados en sus mejillas. Dolía, pero el dolor siempre había hecho que sentir no sea tan duro; la tristeza arremolinada en sus ojos buscaba el camino al desahogo y la decepción se instalaba como cada año en su corazón.

Era ridículo, la razón de su agonía era nimia comparado con los demás, sin embargo, estaba cansado de que todos los años sucediese la misma secuencia. Takeomi le tapaba los ojos, expresando tácitamente la sorpresa que le aguardaba; Senju era un lío emocionado que empezaba a cantar antes de tiempo; y era su madre, la primera sonrisa que descubría antes de caer en cuenta del pastel en sus manos. Era de chocolate. Siempre era de chocolate. El favorito de Senju. Nunca el suyo.

Todos los años, Sanzu traga su angustia y deja que la felicidad contagiosa de sus hermanos le llene el alma, sopla las velas y cuando cortan la primera rebanada, inventa una excusa tonta y escapa del lugar.

Este año, la acumulación de cansancio de padecer la terrible realidad de ser el hijo del medio, el niño olvidado que establece la conducta del mayor o los gustos del menor, pero que jamás cuenta con la autonomía propia para decidir, estalla. Por ello, cuando Takeomi aparece como un ritual anual en la puerta de su habitación, Haruchiyo se escabulle por la ventana trasera y huye.

Los celos con sabor a chocolate amargo giran en espiral en su estómago y su penoso mecanismo de afrontamiento lo lleva a pelear con unos pandilleros intimidantes de la zona. Gana porque, aunque está en el suelo con la piel hinchada, los músculos palpitando peligro y ellos sonríen desde la cúspide, el calvario emocional se ha detenido.

Una vez que queda en soledad, logra meterse en un callejón poblado de pequeños gatos. Los acaricia levemente, aunque jamás le han gustado del todo, y se pierde en la suavidad del pelaje. Las preguntas se estrellan en su cabeza y las respuestas lo colman de desgano.

"¿Realmente es tan difícil recordar un simple pastel de fresa?", piensa taciturno, rascando la superficie del animal, recibiendo instantáneamente un ronroneo. "¿Realmente soy tan difícil de recordar?"

La oscuridad se cierne sobre su persona, cuando una mata rubia ceniza aparece en su visión.

—Oye, ¿qué haces aquí?—pregunta una voz familiar, obligándolo a levantar su mirada. Sanzu reconoce rápidamente al niño, es Manjiro, el hermano pequeño del mejor amigo de Takeomi—. Wow, te ves como la mierda.

El niño con cicatrices frunce el ceño, lo último que necesita son las críticas de un nene insoportable. Vuelve a mirar al minúsculo felino, dispuesto a desoír cualquier cosa pesada que soltase el otro, en algún momento Mikey se aburriría y lo dejaría solo.

—¿Peleaste con alguien?—cuestiona Manjiro, arrodillándose a la altura del niño sentado. El Akashi no le contesta, ni tampoco le devuelve la mirada, aumentando la impaciencia ajena—. Vaya, quién lo diría. Realmente eres un niño problemático.

Sanzu chasquea la lengua y dirige sus azulados iris ahogados en rabia hacia esos sombríos. Mikey permanece con una sonrisa burlona que le llega hasta los ojos, disfrutando de la reacción obtenida.

—Mira quien lo dice—ataca el de cabellos rosados con sequedad. Manjiro se ríe ligeramente y entrecruza sus brazos.

—Sin cuerpo, no hay crimen—contraataca con gracia ingenua, consiguiendo una fruncida más pronunciada por parte del otro—. Yo soy todo un angelito.

Los cabellos rosáceos se mueven delicadamente, mientras bufa notoriamente. La única persona que podía pensar que Mikey era un ángel, era Mikey mismo.

—Por mucho que ame que hablemos de mí, tienes que volver a casa—dice Manjiro abruptamente, como si recién hubiese caído en cuenta del motivo original de su encuentro—. Todos te están buscando.

Sanzu arruga la nariz con desagrado al recordar el caos que dejó atrás y se niega. Mikey suspira, sintiéndose levemente orgulloso de su capacidad de predecir el accionar opuesto.

—¿Por qué huiste?

El niño con mechones rosados comienza a jugar con las garras de la peluda criatura. No quería responder, su justificación era una tontería carente de transcendencia. Mikey no sólo se reiría, también se burlaría de su sufrimiento infantil. Empero, Haruchiyo no es un cobarde, así que aunque es consciente del crudo final, no se permite intimidarse.

—No me gusta el chocolate—contesta con vergüenza, esperando la estrepitosa risa de su contrario. Sin embargo, ésta jamás llega, Manjiro tararea con compresión.

—Los dorayakis de chocolate son ricos, pero los de fresa también. En realidad, los dorayakis son ricos en general, ¿no lo crees?—interroga retóricamente el Sano, consiguiendo una mirada confusa de su contrario. Sanzu pierde el hilo de conversación, aún así brinda su opinión al respecto.

—Creo que los de fresa son más deliciosos.

Al escuchar sus palabras, Mikey sonríe con tersa emoción y cierra sus ojos suavemente. Sanzu parpadea extrañado por la delicada vista y se esfuerza en relajar su entrecejo.

—¿Quieres ir a comer unos?—ofrece con purpurina en sus negruzcos iris. Haru exhala silenciosamente al imaginar la textura dulce del dorayaki en su boca. Niega con desilusión al recordar su condición ajetreada.

—No tengo dinero.

—¡Oh! No te preocupes por eso—tranquiliza Mikey, sacando de su bolsillo izquierdo una billetera con colores pastel—. Es de Shin. Vamos a comer esos dorayakis y después, vuelves a tu casa, ¿qué dices?

Sanzu asiente complacido, pese a que la idea de retornar a su casa no era atractiva. Mikey se ve feliz por su respuesta calmada y ambos emprenden camino hacia el local de comida unas cuadras cercanas.

La ruta es concurrida, por lo que el ruido social abarca la nube cómoda entre los dos. Sanzu trata de limpiar un poco su remera y desestimar la crudeza de su fachada. Una vez que llegan, Mikey entra vertiginosamente con el temblor extasiado en sus extremidades y Sanzu se sienta en el banco de afuera del local.

Manjiro sale con un dorayaki de chocolate en su mano izquierda y un dorayaki de fresas en su mano derecha. Los ojos oceánicos de Sanzu brillan genuinamente al contemplar en su palma el dulce, lo come rápidamente, percibiendo la textura escasa de amargura. La frescura de las fresas baila en su paladar y el espesor pegajoso de la pasta de judías rojas se desliza por su lengua. La golosina es efímera como una estrella acaramelada, calienta su barriga hambrienta de antaño y rellena de dulzura su alma.

—Feliz cumpleaños—saluda Mikey con una risa divertida al presenciar la escena, dando pequeñas palmadas en su cabeza. Sanzu se sonroja fuertemente ante la acción y confirma en su laguna mental que éste ha sido el mejor cumpleaños que ha tenido. Todo gracias al dulce niño, Sano Manjiro.

flufftober | tr shippsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora