—Ten, usa mi pañuelo para limpiarte.
¿Quién le iba a decir que ese momento iba a abrumarlo de sensaciones?
Desde el momento en que vio su hipnotizante y atrayente caminar, bajando con delicadeza cada peldaño, luego encontrarse con su imagen, su cuerpo con curvas pronunciadas, su cabello perfectamente arreglado y sus ojos... Esos ojos que le hicieron conocer su destino en un segundo.
"Kakyoin Noriaki", ese nombre no lo dejaría dormir por las noches.
Su caminar al irse lo dejó intranquilo, y su alfa soltó un pequeño gruñido, quejándose por tener que dejar ir al pelirrojo.
—¿Puedes creerlo? Es un omega muy grande —comentaba una de las chillonas muchachas que siempre lo seguían—. Eiugh, ¿qué alfa podría estar con un omega así?
—¡CÁLLENSE! —gruñó, esta vez voluntariamente y con rabia, Jotaro—. Sus voces son tan molestas.
Sentía que la rabia lo consumiría en cualquier momento, hasta que algo llegó a su nariz. Volteó a ver el pañuelo que Kakyoin le había dado y lo acercó a él. Un aroma suave a cereza llegó directo a su pecho y, tanto él como su alfa, sintieron una calma empezando a recorrerlo.
En vez de usar la prenda, la guardó en el bolsillo interno de su chaqueta, donde podría sentir la estela de aroma del pelirrojo y mantenerse tranquilo. Además, servía bastante para calmar el dolor de la herida en su pierna.
Poco rato después descubrió que el pañuelo que tanto apegaba a su pecho tenía una amenaza de muerte del omega que tanto le había encantado.
Esto no se iba a quedar así.
Luego de noquearlo en batalla, Jotaro pensó en que, si era un aliado de Dio, necesitaba asesinarlo, pero simplemente su alfa no se lo permitía. Su única opción era sacarle información sobre el enemigo.
Lo cargó en su hombro y se lo llevó a casa. No era así como él hubiese querido que fuese la primera visita de Kakyoin a su casa, pero lamentablemente, las cosas no resultan fáciles para nadie que cargue sangre Joestar.
Llegó a su casa, le quitó los zapatos al pelirrojo aunque estaba inconsciente y lo llevó hasta donde estaba su abuelo junto a Avdol.
El hecho de que el viejo Joseph le diera una sentencia de muerte al omega por tener un brote de carne en la frente le hizo hervir la sangre y pensó que, aunque fuese su abuelo, le partiría la boca si volvía a decir algo así de Kakyoin.
—No va a morir —sentenció poniendo sus manos en las mejillas contrarias y ordenando a su stand quitarle con cuidado y precisión únicos el brote de carne.
—¡Jotaro, eso es...!
Pero una sola mirada de su nieto le hizo callarse. Y lo entendió todo. Esa no era la mirada de alguien que busca información, no había pensamiento lógico en lo que estaba haciendo. Solo era un alfa siguiendo el instinto que le guiaba a proteger la vida de un omega, posiblemente, su omega.
A pesar de que el brote de carne casi llegaba a su cerebro, Jotaro logró sacarlo de la cabeza del omega, quien lo miraba con pánico y ojos cristalizados, pero quedándose quieto, obedeciendo al alfa.
—¿Por qué me salvaste?
—¿Quién sabe? Ni siquiera sé si hay un motivo...
Joseph miró a Avdol aguantando la risa. Su nieto sí que sabía cómo hacerse el cool.
Por supuesto, como el alfa mayor esperaba, Kakyoin terminó uniéndose al viaje para seguir a Jotaro, resultando ser de gran utilidad.
Les contó que Dio aún no estaba en su dominio máximo de su cuerpo, ya que era un omega utilizando el cuerpo de un alfa. Consumía e intentaba marcar omegas, probando sus colmillos, sin éxito aún.
—Dijo que si no hubiera sido porque tenía dieciséis, me habría mantenido a su lado hasta marcarme.
Jotaro sintió una necesidad aún más grande de asesinar a Dio en esos momentos.
El viaje transcurrió con ambos estrechando lazos a medida que los enemigos iban cayendo, y siempre se quedaban en la misma habitación cuando lograban dormir en un hotel.
—Kakyoin... ¿No es más seguro que te marque? —preguntó una noche antes de dormir.
—No —respondió mientras acariciaba el pecho contrario con sus dedos—. No sabemos cómo terminará este viaje. ¿Qué pasa si uno de los dos muere? El otro quedará desolado, jamás podrá encontrar la felicidad y se condenará a vivir intranquilo, solo por un lazo roto...
Jotaro entendió el riesgo al que se enfrentaban, pero también sabía que cada día su alfa tomaba más control sobre él, volviéndose casi egoísta y buscando la seguridad de solo Kakyoin y nadie más.
Volvió a traer el tema a la mesa cuando Kakyoin cayó hospitalizado por las heridas en sus ojos. En su vulnerabilidad, el omega aceptó.
—No debiste haber aceptado —dijo Jotaro, considerablemente más delgado y con una salud mental claramente deteriorada.
Años después, tenía una esposa y una hija, pero seguía aferrándose a aquella tumba donde no había ningún cuerpo.
Ya ni siquiera el pañuelo que tanto atesoraba tenía vestigios del suave aroma a cereza que tanto había amado.
—Tenías razón... Pero me alegra que no hayas sido tú quien tuvo que pasar por este dolor... Al menos pude, por un tiempo corto, llamarme tu alfa...
ESTÁS LEYENDO
30 Days Jotakak
RomanceChallenge autoimpuesto y creado por mí, realizado en el mes de septiembre de 2021