26.- Death

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Mientras la redada de Hierophant se caía a pedazos, Kakyoin notó que, a pesar de haber golpeado un contenedor de agua, la cual fluía por todos lados, no había sentido el dolor del impacto tan fuerte, dándose cuenta de que, detrás de él, Jotaro lo sujetaba.

En cuanto el tiempo volvió a correr luego de que Dio lo detuviera, Jotaro se dio cuenta de que él también podía detenerlo, y fue al encuentro del pelirrojo, esperándolo en el techo del edificio y recibiendo el impacto de Kakyoin y quedando entre él y el contenedor.

Ambos cayeron al piso, Jotaro no soltaba al pelirrojo. La vida de ambos empezaba a desvanecerse.

Las costillas de Jotaro se destruyeron y se enterraban en sus órganos con cada nueva respiración, con cada nuevo latido de su corazón. Dolía demasiado, pero no tanto como ver a Kakyoin atravesado y con su abdomen completamente destrozado.

—Jojo... —dijo con la voz quebrada.

—Sí... Un poco tarde para descubrir que también puedo detener el tiempo.

—¿Por qué me salvaste? —preguntó sintiendo una sensación de déjà vu, posiblemente respondiese lo mismo que la primera vez.

Toda la vida, Kakyoin fue un ser cuya existencia no era relevante. Nunca fue parte fundamental de algo y siempre fue dejado atrás. Su casa no fue jamás un refugio donde se sintiese especial, cada día sentía más que era una molestia más que nada.

Cuando Jotaro lo salvó, forzó su camino en aquel grupo, trayendo más problemas y ahora arrepintiéndose de ser el responsable de que la única esperanza para derrotar a Dio estuviese muriendo.

Siempre arruinando todo, siempre haciendo todo mal, tal y como su madre se lo decía.

—No lo sé, realmente... —respondió Jotaro—. Pero sí sé algo con seguridad. ¿Quieres saber qué es lo que más me duele de no haber descubierto antes esta habilidad?

—¿Haber solucionado esto desde el inicio con este poder?

—De haber sabido que lo tenía, habría detenido el tiempo en cada una de tus sonrisas, para haberlas disfrutado más. Kakyoin... ¿Podrías sonreír para mí una última vez? Para poder detener el tiempo y sentir que estaré viendo tu sonrisa el resto de mi vida...

—Jojo... —respondió con gruesas lágrimas derramándose a borbotones de sus ojos—. Dame un motivo para sonreír... Cumple mi deseo, por favor...

Jotaro sonrió y, con el dolor de sus órganos destrozados y sus huesos pulverizados, se arrastró un poco más cerca, movió el cuerpo del pelirrojo y se quedaron viendo frente a frente.

—Kakyoin Noriaki... Te amo... ¿Quieres ser mi novio?

Kakyoin sollozó y soltó un gemido de dolor, se acercó un poco más y besó los tibios labios del pelinegro, cada vez más fríos, pero tan suaves como siempre soñó.

—Claro que sí... También te amo, Kujo Jotaro... Mi Jojo... —respondió tomando su mano y entrelazando sus dedos con la poca fuerza que le quedaba.

Kakyoin sonrió y Jotaro usó por última vez el poder de Star Platinum para detener el tiempo y ver esa sonrisa por última vez.

Cada segundo detenido le recordó todo ese viaje, todas las risas, travesuras, las noches hablando, los videojuegos, las series y películas que veían. Las veces en que Kakyoin sufría de pesadillas y llegaba temblando a su cama y se acurrucaba en su pecho. Las veces que él no podía con su insomnio y Kakyoin luchaba contra el sueño para quedarse hablando con él, acariciando su cabello y tarareando nanas hasta que lograba dormirse.

El tiempo retomó su curso y Jotaro tenía lágrimas en sus ojos, pensando en que no quería perderse nada de Kakyoin, pero tampoco quería verlo morir.

—Duerme... —dijo el pelirrojo levantando su brazo y deslizando sus dedos por las hebras azabache en la cabeza contraria, acariciando y soportando el dolor para empezar a tararear.

Jotaro empezó a llorar más, pero sonrió. Kakyoin también sonreía, así que lo observó mientras su vista empezaba a oscurecerse y el frío empezaba a apoderarse de su cuerpo.

La calidez de las caricias del pelirrojo se desvanecían, su voz se comenzaba a sentir bajo el agua y cada vez más lejos.

Amándose, sonriendo, siendo pareja, ambos cerraron sus ojos mientras el frío de la noche se apoderaba de sus cuerpos sin vida.

Sus manos jamás se separaron, sus dedos permanecerían unidos por el resto de la eternidad, ahí, bajo algún árbol de cerezo, podrán sentarse juntos en aquella eterna primavera. Tal vez, incluso, podrían renacer y volver a amarse, esta vez con un final feliz, quizás...

30 Days JotakakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora