La única cosa que quería era salir huyendo de aquí o patearle su cara por pendejo, por supuesto él seguía ahí delante de mí. Debo admitir que su cabello olía muy bien, pero eso no importa, estoy molesta por su actitud. Estaba perdida en mis pensamientos acerca de cómo cometería este crimen.
—Entonces empezaremos la clase, deberán leer las páginas y exponer qué piensan sobre el romance de Julieta y Romeo, —decía mi profesor de Literatura, luego no escuché lo que dijo porque seguía tan metida en mis pensamientos que olvidé que existía un mundo ahí afuera.
—Deberías poner atención si quieres buenas calificaciones, creo —dijo casi sonriendo, no lo veía pero podía escucharlo en su voz, se encontraba recostado a su silla y estábamos muy cerca.
No le respondí porque no debía hacerlo, es un estúpido, luego de nuestro pequeño drama actúa como si nada pasara. Él se mantuvo totalmente callado durante toda la clase. Al parecer entendió mi silencio.
Por lo menos no es tonto. Pensé.
Luego de minutos que parecían eternidad sonó la campana. Tomé mis cuadernos y los metí en mi mochila, tomándola y la coloqué en mis hombros, cuando me dirigía a la salida una voz llamó.
—Olvidaste esto —dijo extendiéndome mi teléfono, el pendejo.
—Gracias —dije. Fue lo único que pude decir.
Salí de ahí lo antes que pude, agradecí a Dios ya que esta había sido mi última clase. Me dirigí a la salida, caminé hacia el parqueo que se encontraba bastante lejos, divisé el carro de mi padre y me adentré en él. De vuelta a casa solo me encontraba preocupada por el rasguño que tenía el carro de papá.
Aparqué el auto y bajé tomando mis cosas, era temprano, alrededor de las 5 de la tarde. Fui por la parte trasera de la casa y ahí estaba mi bebé hermoso, lo habían traído de vuelta, al menos el final del día no estuvo tan malo, me subí a él con una sonrisa pretenciosa.
—Llamaron para avisar que lo traerían hoy, quedó perfecto — dijo mi madre recogiendo su cabello—. ¿Cómo te fue en tu día, Angélica? —pregunta mamá.
—Fue horrible —me quejé y podía jurar que parecía un cachorro triste.
—¿Y eso por qué? —sus cejas se fruncen.
—Bueno, porque un hijo de puta no se de dónde diablos salió y rasguñó el carro de papá —dijo mi subconsciente, bueno debo admitir que en mi cabeza sonaba mejor.
—Alguien le hizo un rasguño al carro de papá y no sé qué hacer —respondí dejando que el aire pesado saliera de mis pulmones.
—Debes tener más cuidado, Angélica, sabes como anda la gente hoy en día.
—Sí, y no quiero ni imaginar cómo se pondrá papá —dije con pena y agradecí que mi madre no preguntara cómo había sido todo.
—¿Ya llegó papá? —pregunté algo nerviosa. Sabía lo que se venía.
—Sí, está arriba, creo que había dicho que iría a tomarse una ducha —contestó mientras yo tomaba mi mochila y nos adentrábamos a la casa. Subí a mi habitación y mamá se encontraba viendo algún programa de cocina.
Me deshice de mi ropa poniéndome mis pantuflas, pantalones anchos y polera. Estaba lista para mi sermón o lo que fuera que me diría papá. Mamá no podría meterse en esto ya que, bueno yo me metí en esto sola y no quiero que nadie más pague por mí.
Toqué a la puerta e iba entrando a la vez.
—Hola, pa, necesito decirte algo —él leía el periódico.