28. ANARQUÍA

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Hoy es una noche de jueves tranquila en "La taberna 2000", el bar en el que Gonzalo trabaja desde hace dos semanas, solo un par de mesas se encuentran ocupadas a las orillas de la pista de baile, y en la barra solo hay tres solitarios que luchan contra sus penas a base de caballitos de tequila. Gonzalo pierde su mirada en los colores violeta de la pista, que brillan en medio de la tenue oscuridad del lugar. El olor a alcohol rancio y tabaco le produciría serios dolores de cabeza si no estuviera tan acostumbrado, por sus propios hábitos, a ese aroma putrefacto y decadente.

Gonzalo saca su celular para entretenerse y lo primero que hace es ir de nuevo al vídeo que hace algunos días le ha enviado Sofía, lo reproduce y baja el volumen para volver a verlo en tranquilidad: «Fernando Carrasco», es el hombre que aparece en el vídeo, su nombre y su rostro no han abandonado la mente de Gonzalo desde que lo vio por primera vez. Si ahora mismo los cuarenta y cinco segundos que reproduce en su celular se hicieran públicos, ganarían sin duda una batalla importante, sin embargo, ese vídeo no puede salir a la luz, no todavía. Hacerlo público significaría delatar a Sofía, y no solo es que con eso se terminaría el vínculo más estrecho que tienen a su favor con los agresores de Joel, sino que significaría poner en riesgo la vida de Sofía y eso es algo que Gonzalo jamás podría perdonarse.

Cuando termina de ver el vídeo por quinta vez, Gonzalo entra Whatsapp y va directo al chat que mantiene con Sarah, lo abre y vuelve a leer los últimos cinco mensajes, a Sarah tampoco ha podido sacarla de su mente, Gonzalo extraña los días que no son hoy, los del pasado, los de antes de esa noche de marzo:

Gonzalo, 09:16 pm

Te extraño, ven mañana al bar.

Sarah, 09:32 pm

No estoy de ánimos.

Sarah, 09:34 pm

También te extraño.

Gonzalo, 09:36 pm

Sé que está siendo difícil, Sarah, pero estoy aquí. Lo sabes.

Gonzalo, 09:38 pm

Te amo

Gonzalo aprieta los labios y quita la mirada de la pantalla, Sarah no ha respondido. Vuelve a centrar su mirada en el centro del bar, uno de los solitarios de la barra le hace señas para que vuelva a llenarle el caballito de tequila, mientras lo hace, lo ve llegar: es un chico alto, joven, de cabello largo, seguro debe llegarle a los hombros, ahora lo lleva recogido en una coleta que parece improvisada; el chico se detiene apenas y entra, se lleva las manos a las bolsas del pantalón y analiza el lugar. Gonzalo finge que limpia la barra, por la distancia y la oscuridad, no puede afirmarlo con certeza, pero está casi seguro de que lo conoce.

Tras un par de minutos de pie sin hacer nada, el chico se decide y se introduce en el bar, camina despacio y finge que busca a alguien entre las mesas, la estrategia no le funciona porque el bar se encuentra casi vacío. Gonzalo alza el rostro y sus miradas se encuentran, pero el chico la desvía de inmediato, se detiene casi al centro de la pista y vuelve a fingir que busca a alguien, pareciera que está tomando valor. Cuando se da cuenta que ya no puede fingir más, camina hacia la barra, toma un banco y se sienta. Ahora que lo tiene cerca, a Gonzalo ya no le quedan dudas, lo ha visto dos veces: la primera en el funeral de Joel, la segunda en la última marcha.

—¿Qué te sirvo? —le pregunta Gonzalo para tantearlo.

El chico lo mira a los ojos y se queda callado por varios segundos, como si intentara encontrar las palabras precisas para una simple pregunta.

—Una cerveza —dice al fin.

Gonzalo toma una del refrigerador a sus espaldas, se la abre y la pone frente al chico.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora