Hoy es lunes 16 de julio y Joel ha muerto de manera oficial.
Estoy frente al espejo de mi habitación e intento que el nudo de la corbata quede perfecto en mi cuello, van veinte veces que lo anudo y lo vuelvo a desanudar.
Sarah no se me ha separado ni un solo segundo desde que salí de la habitación de Joel en el hospital, no se separó de mí ni cuando llegamos a la casa y le dije que por favor necesitaba estar solo, mucho menos lo hizo cuando perdí la paciencia y le grité que me dejara en paz, me siguió hasta mi recámara, se acostó a mis espaldas, me rodeó con su brazo y permanecimos así, en silencio, hasta que los primeros rayos del sol se colaron por la ventana.
Cuando desanudo la corbata por vigésima primera vez, Sarah se acerca a mí y me pide que me volteé para que ella se haga cargo del nudo, creo que me ha descubierto, se ha dado cuenta de que solo aplazo lo inevitable. Mi hermana deja el nudo impecable y ya no tengo pretextos, veo como varias lágrimas descienden por sus mejillas, ha llorado toda la madrugada y su nariz está constipada. Yo no he podido derramar ni una sola lágrima.
Salimos de la habitación y dejamos atrás la planta alta, en el piso de abajo mis padres intentan tomar café junto a los abuelos, digo intentan porque las tazas parecen más un adorno de mesa, están intactas. Los abuelos tomaron el primer vuelo que pudieron en el momento que se enteraron de lo sucedido. En cuanto papá me ve bajar junto a Sarah, se pone de pie y me abraza, está llorando y no con discreción, sus ojos están hinchados y rojizos por las lágrimas; intento recordar la última vez que vi a papá llorar de esta forma, mi mente se queda en blanco porque no hay ni un solo momento como este registrado en mi memoria. Mamá también llora, aunque ella tiene un aspecto más reflexivo, a pesar de su formación y sus muchos diplomados en tanatología, no deja de ser mamá, mujer y amiga. Yo sigo sin poder llorar.
A partir de que salimos de casa todo se vuelve impreciso: esa sensación de estar sin estar en realidad me invade, una extrañeza se apodera de mi cuerpo, me cuesta caminar y tengo la sensación de que floto, que la tierra ha perdido la gravedad y estoy suspendido en la nada. Mis sentidos son ajenos a mí, escucho voces, pero solo en susurros lejanos, de la boca de las personas solo salen palabras incoherentes que no logro discernir. Mis ojos también han perdido la noción de lo que me rodea, sé que hay personas a mi alrededor, sin embargo se han quedado sin rostro, manchas difusas que se mueven sin sentido.
Es hasta que escucho mi nombre en la voz de Marina que mis sentidos se avivan un poco, la veo y me veo a mí mismo en ella, es la única persona que quizá pueda sentir lo que yo siento, lo compruebo cuando en su rostro no veo ni una sola lágrima, incluso cuando me ve a los ojos me sonríe con discreción, me da un abrazo ligero y un beso en la frente; la persona que la lleva del brazo la invita a sentarse y le da un café que ella toma con calma. Es entonces cuando algo en mí se mueve, una señal de que estoy vivo. Siento un dolor en el pecho porque me encuentro en Marina y eso me desmorona, sé que el dolor que no se exterioriza es el que más duele.
Las horas pasan y yo solo permanezco ahí, sentado a un par de metros del ataúd que está frente a mí, no me acerco a esa caja de un blanco impoluto porque sé que mi mejor amigo ya no está ahí. Alguien llega hasta donde estoy y primero le da un abrazo a Sarah que hace que se separe de mí por unos segundos. El abrazo me toca a mí tiempo después, es un abrazo fuerte, como si la persona que me lo da quisiera consolarse así misma a la vez que me da consuelo a mí. No me suelta, permanece con los brazos alrededor de mi cuerpo, me acaricia el cabello y me da un beso en la frente; mis sentidos vuelve a avivarse, reconozco el aroma, reconozco su fuerza y su tacto, no necesito enderezar mi rostro para verlo, sé que es Gonzalo.
Sarah se sienta en la silla del otro lado y yo quedo en medio de ambos, Gonzalo toma la mano de mi hermana con la mano que tiene libre, ella toma la mía por abajo y recarga su cabeza en mi espalda mientras yo sigo con mi cabeza en el pecho de Gonzalo. Permanecemos así por tanto tiempo que, sin darme cuenta, me quedo dormido.
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Tú, yo, anarquía
Teen FictionDarío está decidido a conseguir justicia para su novio Joel, sin imaginar que, en su lucha, encontrará un aliado en el novio de su hermana, y tal vez algo más. *** La noche del 23 de marzo, en su cumpleaños dieciocho, a Darío le toca afrontar uno de...