42. YO

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Hoy es viernes 21 de diciembre y estoy frente al espejo en una nueva batalla contra el nudo de la corbata.

Papá da un par de golpes a la puerta, luego abre y se para en la entrada; me observa analítico por unos cuantos segundos y sonríe.

—Ya eres todo un hombre, hijo —me dice—, ya va siendo hora de que aprendas a hacerte el nudo de la corbata.

Camina hacia mí aún con sus labios curvados, ver a papá sonreírme siempre mejora mi día. Me ayuda con el nudo y a la primera le queda impecable, creo que comenzaré a decantarme por los moños para ahorrarme el estrés.

—Gracias —le digo y le sonrío de vuelta.

—¿Estás listo? Se hace tarde y sabes que no nos gusta ser impuntuales. —Papá me toma del hombro y luego me da un fuerte abrazo.

—Bajo en un par de minutos —prometo y lo veo salir de mi habitación.

Vuelvo a mirarme en el espejo e intento reconocerme en mi reflejo, sin embargo siento que ya no soy el mismo. En tres meses cumpliré diecinueve años, y no puedo negarlo, los dieciocho han sido caóticos y revolucionarios, me han obligado a convertirme en otra persona. Aún no decido si este nuevo Darío me gusta del todo o no. De lo que no tengo duda es de que he mejorado; tenía más de cinco meses sin poder mirarme al espejo. Hoy, al despertarme, lo he vuelto a hacer y con especial curiosidad: he analizado mi mirada sin miedo a encontrarme con las verdades que mis ojos tenían que decirme; he recuperado el hábito del ejercicio y me ha gustado la complexión de mi cuerpo; me desperté con la idea de ir a cortarme el cabello, pero en cuanto lo vi caer rebelde sobre mi frente decidí dejarlo así porque este nuevo estilo me parece que rompe con la monotonía de los días que ya no son ni serán nunca más.

Ajusto el reloj a mi muñeca izquierda, me abotono el saco, me doy el último visto bueno y salgo de la habitación porque no quiero que se le haga tarde a nadie por culpa mía, ni tampoco quiero llegar tarde yo. Hoy es la cena de graduación de Sarah y no quiero perderme ni un solo momento. En cuanto mamá me ve, me lanza un chiflido y me dedica una sonrisa pícara. «Esta noche romperás corazones», susurra a mi oído en cuanto me abraza. «Tú también estás guapísima», la halago, y la forma en la que papá entrona los ojos a causa de la sonrisa que le provoca mirar el vestido guinda ceñido el cuerpo que eligió la mujer de la que veinticuatro años atrás se enamoró, me da la razón.

Papá toma las llaves de la camioneta de mamá y nos invita a salir, Sarah ha abandonado la casa desde el medio día porque iría al salón de belleza junto a sus amigas para arreglarse e irse a su sesión fotográfica, de ahí una limusina los paseará por toda la ciudad antes de llegar al salón donde será la recepción. Papá conduce, mamá es su copiloto y yo me extiendo en toda la anchura del asiento trasero que tengo para mí solo. Dancing Queen suena a través de las bocinas cuando mamá enciende la radio; sé lo mucho que ella ama esta canción y en cuanto la veo cantar y seguir el ritmo de la música con sus hombros, desde atrás la aplaudo y la ánimo a seguir. Papá nos acompaña con su voz desafinada y mamá y yo no podemos parar de carcajearnos. Esta noche nos hemos prometido pasarla bien y hacer que para Sarah sea inolvidable; en pocos días partirá a Estados Unidos y no quiero pensar demasiado en eso, solo deseo disfrutar cada segundo a su lado. Esta noche las únicas revoluciones que habrá serán en la pista de baile.

Llegamos al salón y la mayoría de invitados de mi hermana ya ocupan su lugar; Sarah ha reservado dos mesas para esta noche: una donde estarán mis padres y todos los adultos amigos de la familia y otra "para los jóvenes y el desmadre", esas son las palabras que ha utilizado mi hermana. Esta situación nos hizo pelear a Sarah y a mí como hace tiempo no lo hacíamos, sin duda, las cosas vuelven a la normalidad. Por supuesto que mi hermana quería que me sentara en su mesa, que disfrutara de la noche con ella y me divirtiera con las personas que son sus amigos y los míos, pero me negué. No puedo fingir que por arte de magia he dejado de tener batallas internas con mis sentimientos.

Tú, yo, anarquíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora