Gonzalo ha cedido a la voluntad de Darío mucho antes de lo que pensaba.
Ambos van en la moto, pero es Darío quien la maneja.
—¿Estás seguro de qué sabes cómo se maneja una moto? —le había preguntado Gonzalo con algo de vacilación antes de soltarle la llave.
—Ni que fuera cosa del otro mundo —le respondió Darío y torció los ojos hacia arriba.
—Cabrón, está recién salida de la tienda y me costó tres años de desveladas...
—Güey, soy más responsable que tú. Además te he dejado manejar mi carro un chingo de veces, me la debes.
La verdad es que Gonzalo le prestó la moto porque le dolió verlo sufrir, y esa fue su manera de animarlo. Darío tuvo una crisis luego de que habló con Iván: lloró sentado en una banca de la plaza que está cerca de la cafetería. Gonzalo estuvo a punto de llamarle a Sarah, pero al final Darío pudo tranquilizarse.
Cuando estaban en la cafetería, Darío le pidió a Gonzalo que lo dejara a solas un rato con Iván, así que se fue a terminar su frappé al jardín de la parte trasera de la cafetería. Ahí perdió el tiempo por más de cuarenta minutos y cuando volvió a entrar vio a Iván y a Darío despedirse y darse un abrazo, no pudo evitar sonreír porque creyó que Darío había logrado llegar a ese punto al que Joel llegó hace más de un año, al de crecer y perdonar. Se despidió de Iván y salió detrás de Darío; fue hasta que estuvieron afuera que se percató de que varias lágrimas descendían por el rostro de su amigo, lo siguió en silencio a la plaza y se sentó junto a él, puso el brazo alrededor de sus hombros y lo escuchó llorar en silencio. No quiso hacer preguntas, sabía que no era el momento para palabras.
Ahora Darío conduce con rumbo al reclusorio femenil por el centro de la ciudad. Tenía razón cuando aseveró que era más responsable: maneja la moto con precaución y una velocidad moderada, se toma su tiempo para apreciar la vida que transcurre a su alrededor, cuando pasan por el monumento de la Minerva, reduce la velocidad y casi se detiene, quizá para revivir memorias, ahí han tenido origen las marchas para exigir justicia para Joel. A través del espejo retrovisor, Gonzalo puede ver que Darío sonríe mientras maneja, una sonrisa melancólica, pero una sonrisa al fin; le reconforta saber que al menos a conseguido animarlo un poco.
Esta es la segunda vez que lo acompañara a visitar a su madre, se lo pidió cuando Darío dejó de llorar y el silencio entre ambos resultó incómodo, aceptó de inmediato. Gonzalo se atrevió a preguntarle qué había sucedido, pero Darío solo negó y él entendió que aún no era momento de palabras, le apretó el hombro para hacerle saber que estaba para él.
Llegan al reclusorio y Darío busca un lugar en el área asignada a motocicletas, apaga el motor y se baja, Gonzalo se quita el casco, lo mira desde la moto y le sonríe, él le corresponde con otra sonrisa, es su forma de agradecerle que no lo deje solo cuando menos necesita estarlo.
—Ve, aquí te espero —le dice Darío y se recarga en un poste con los brazos cruzados.
Gonzalo asiente, guarda ambos cascos en el interior del asiento y se dirige hacia la entrada, solo ha dado un par de pasos y se detiene, se da la vuelta, mira a Darío y duda por unos segundos hasta que se atreve a decirlo:
—¿Te gustaría acompañarme? Me refiero a entrar conmigo.
Darío detecta en el gesto de Gonzalo y en el tono de su voz que no es del todo una pregunta, sino una invitación, una súplica a no dejarlo hacer esto solo.
—Por supuesto, te acompaño —le responde y vuelve a sonreírle—, pero, ¿puedo entrar sin problemas?
—¿Traes tu INE? Solo eso necesitas.
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Tú, yo, anarquía
Teen FictionDarío está decidido a conseguir justicia para su novio Joel, sin imaginar que, en su lucha, encontrará un aliado en el novio de su hermana, y tal vez algo más. *** La noche del 23 de marzo, en su cumpleaños dieciocho, a Darío le toca afrontar uno de...